El meteorito del Garraf (un cuento de geólogos y ladrones)

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Manuel Jesús le dijo a Margarita que en su casa tenía un meteorito que había caído en Canyelles hacía mucho tiempo: el 14 de mayo de 1861. Ella, un poco confusa, le preguntó: «¿Un meteorito?, pero ¿qué es un meteorito?», era la primera vez que oía esa palabra; él le explicó que un meteorito es un cuerpo celeste parecido a una piedra, que cae sobre la tierra; el de su casa era de color gris ceniza y negro parduzco. Margarita, que creía tanto en los milagros celestiales como en las condenas divinas, se quedó más tranquila.   

El meteorito lo había encontrado el abuelo Mateo mientras araba en el campo al lado del antiguo camino que va de Vilanova a Sitges. Era la una y media del mediodía y hacía buen tiempo. El campesino fue testigo excepcional de lo que sucedió: el cielo estaba sereno y claro, y se oyó una espantosa detonación, un ruido como un cañonazo, seguido de otros ruidos parecidos al silbido de balas de fusil, se creó una pequeña nube de un blanco negruzo dibujando una circunferencia completa que no impedía el paso de los rayos solares, se formaron colores como los del arco iris y cayeron del cielo varios trozos de cuerpos condríticos, gruesos como la palma de una mano de tamaño regular. Uno de los meteoritos cayó muy cerca del lugar en donde se encontraba Mateo; este fue a mirar qué era, lo cogió y se lo llevó a casa. Los colores del cielo fueron amortiguándose y desaparecieron. Fue un fenómeno extraordinario en plena primavera.    

Mateo dejó el meteorito en herencia a su hija María, quien se casó con Nicasio y tuvieron un hijo: Manuel Jesús. La madre contó muchas veces la historia del meteorito a su hijo, quien sintió un apego especial por esa piedra grisácea durante toda su vida. Manuel Jesús se sabía de memoria que aquel día de mayo de 1861 se recogieron más de catorce ejemplares de meteoritos; eran los que cayeron en rocas y terrenos duros, los que fueron a parar a la tierra más débil penetraron en su interior y desaparecieron. También sabía que los campesinos de Canyelles, para evitar conflictos con los pesados geólogos que los visitaban a menudo, cedieron sus condritas a centros geológicos de interés científico; sin embargo, el abuelo no quiso ceder la suya a nadie del país o del extranjero y cuando algún geólogo lo visitaba para hacerse con su condrita, lo enviaba al carajo.  Así las cosas, el trozo más grande, de 553 gramos, se fue al Museo de Historia Natural de Madrid, identificado con el nombre de Cañellita, con el número 42; dos pedacitos condríticos fueron al Museo de Ciencias Naturales de Barcelona y al Museo Geológico del Seminario de esa ciudad; y los otros trocitos fueron a parar a museos geológicos de París, Chicago, Budapest, Londres, Berlín y Viena.

Durante la Guerra Civil, María llevaba el meteorito siempre consigo y acabada la guerra en 1939 entraron en su casa dos guardias civiles para hacer un registro; vieron el condrito en un cajón, lo inspeccionaron y, después de hacerle preguntas, los guardias civiles no le dieron importancia: no buscaban meteoritos, andaban a la búsqueda de republicanos rojos escondidos en las casas de Canyelles.    

En 1945, el año en el que se promulgó el Fuero de los Españoles, Manuel Jesús se casó con Margarita y le rogó que, si él muriera, ella debería hacerse cargo del meteorito para dejarlo en herencia a su descendencia, como habían hecho sus antecesores. Lo tenían en el comedor, dentro de una vitrina, y lo custodiaban como un tesoro divino. 

Por superstición, los dos quisieron saber más cosas del condrito extraterrestre de su casa; leyeron diarios de aquella época lejana, buscaron documentos sobre meteoritos en bibliotecas de Catalunya, leyeron algunos libros, el más documentado era Meteoritos caídos en la Península Ibérica (1922), del Doctor M. Faura y Sans. Visitaron los museos de Barcelona para ver los trozos negruzcos y grisáceos, de irregular figura; los tocaron, eran ásperos al tacto, con oquedades en las caras. 

Con el tiempo, Manuel Jesús y Margarita se especializaron en piedras celestes y a la vista de la gente parecían geólogos, pero sin licenciatura; una vez al año, en las fiestas de Canyelles, explicaban la historia del meteorito que cayó en el siglo XIX en el Garraf. 

Una tarde de agosto de 1958, Manuel Jesús y Margarita fueron a visitar al médico en Sitges y al regresar a casa encontraron la puerta abierta; el interior estaba en orden, pero había desaparecido de la vitrina el meteorito de incalculable valor sentimental. Sospecharon que el ladrón era del pueblo y denunciaron el robo a la Guardia Civil y esta abrió una investigación. 

La comandancia de la Guardia Civil encargó la investigación al teniente Juan de Dios, experto en robos de todo tipo, que estaba destinado en el Garraf desde hacía diez años y conocía a mucha gente de Canyelles y de su entorno. Lo primero que hizo el comandante fue consultar la lista de las personas que vivían en Canyelles, se centró en las que habían cometido algún hurto, estafa o cualquier otro percance en el que hubiera tenido que intervenir la Guardia Civil. Centró la investigación en tres individuos sospechosos: un exboxeador que ejercía de limpiabotas; un trabajador del campo que había cometido hurtos en el pueblo y un expolicía jubilado que traficaba con tabaco de contrabando. Los tres frecuentaban el Bar café del pueblo y conocían a Manuel Jesús. 

Al cabo de un año, Manuel Jesús y Margarita recibieron una carta de la benemérita con citación en la comandancia de la Guardia Civil del Garraf. El teniente Juan de Dios les dijo que un geólogo de la Universidad de Florencia, obcecado coleccionista de meteoritos, había encargado el robo de la condrita a un campesino convecino y jugador de dominó en el Bar café de Canyelles, y que ya lo habían recuperado; el teniente lo entregó a sus dueños y, desde aquel día, Manuel Jesús y su mujer guardaron el meteorito en un lugar recóndito y secreto de Canyelles para evitar que otros geólogos obcecados les robaran la condrita extraterrestre.