En una etapa inocente de mi vida leí Soldados de Salamina y me pareció un buen libro para leer en trenes y autocares. En aquellos tiempos mi prima Obdulia vivía en Tomelloso y los viajes para visitarla me llevaban muchas horas de transporte público. Siempre he detestado conducir: solo admito que otro conduzca para mí. Además, las exigencias de Obdulia imponen estar descansado.
Así pues, hace poco me compré El impostor, novelón de 400 páginas, con el propósito de que cubriese el viaje de ida y vuelta a Santander, donde ahora reside mi prima. Pero cual fue mi enojo al tener que abandonar la lectura antes de la página 40, tan asombrado como indignado ante tamaña tomadura de pelo. El autor no debe ser consciente de ello, pero el título es un aviso para ingenuos. Esa literatura se demora en circunloquios y contiene algo muy irritante: que el autor hable de sí mismo en términos elogiosos, de sus amistades muy importantes y de las fabulosas cenas con gente interesante, como contando una vida exquisita y de altísimo nivel intelectual. La pedantería debería constar en el código penal, y la pena debería ser muy severa. Si este señor no tiene conocidos cutres no me interesa para nada.
En El monarca de las sombras, Cerques ya había incurrido en el delito hablándonos durante muchas páginas tediosas sobre su relación con un tal Trueba, y de los pesares de este tras haber sido dejado por su bella esposa, que se fue con un semental de origen danés, acción del todo comprensible. ¿A quién le importan las trifulcas amorosas de ese Trueba cuando el lector quiere saber algo sobre un falangista muerto en la batalla del Ebro? Quizás Cerques tenía tela para 80 páginas y el editor le exigió el triple, motivo por el cual el pobre se lio a contarnos las andanzas del despechado. Por lo que me cuentan, la obra escrita y fílmica de Trueba es debilucha y deshilachada, con unas gotas de buenismo y unos toques de mensaje, que ya es el colmo.
Más o menos por las mismas fechas me llegó a las manos El adversario, de un escritor francés a quien quizás algún día retrataré: Emmanuel Carrère. ¡Te pillé, Cerques! Exclamé leyendo al francés: lo tuyo es envidia y plagio. Creíste que por aquí todos somos lerdos y que solo tu conocías a Carrère, y te dijiste: le imito un poco y todos aplaudirán mi estilo. A Cerques se le olvidó un detalle: para plagiar hay que ser muy bueno y más listo.
Por cierto: Carrère tiene un buen libro sobre Saulo de Tarso, el hombre que vio la verdad tras caerse del burro y darse un cabezazo. Y Cerques, recientemente, afirma en un artículo de prensa haber descubierto que, en política, no todo vale. No sabía que nuestro escritor tuviera un burro, o que anduviera montado encima del asno por sus pazos gerundenses.
(La portada del libro es una reinterpretación de Zappico2014, of course).
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Nota: En 2017, la policía requisó el cuaderno titulado “Mortificaciones literarias” en el registro efectuado en el domicilio de Sandro de Villegas (calle Zamenhof), presunto estafador de ancianas a las que engañaba disfrazado de párroco de la iglesia de San Felipe Neri.