Como cada mañana, al salir de su casa, en un rincón de la calle que había justo enfrente de su portal, vio de nuevo a aquella persona andrajosa que siempre estaba manipulando un gran pedazo de barro. Y, como siempre, parecía estar modelando una cabeza. Pero, una vez más, sus quehaceres diarios tampoco hoy le permitieron perder un instante para acercarse a curiosear con más detenimiento.
La presencia de aquel individuo se había convertido en un elemento más del mundo en el que desarrollaba su rutina diaria, ajena a todo lo que no fuera su trabajo –un gran puesto lleno de responsabilidades en una poderosa compañía–, su vespertina visita al mercado para comprar en las tiendas de delicatessen su exquisita y deseada cena, y sus contactos esporádicos con una mujer a la que nunca se decidía a dar más oportunidades para no tener que formalizar las relaciones entre ambos.
El hombre que modelaba, al que podía ver cada mañana al salir a trabajar, ya formaba parte del paisaje cotidiano que tenía que recorrer cada día y, mientras no supusiera ningún obstáculo a sus rutinas incuestionables, no le daría mayor importancia.
Sin embargo, aquella tarde, al regresar con las bolsas llenas de exquisiteces para preparar su cena, un cambio parecía haber trastocado su paisaje habitual. Junto al espacio donde solía sentarse el hombre que modelaba, un vehículo de emergencias médicas estaba atendiendo a alguien. Se detuvo un instante a observar tan insólito suceso y pudo ver cómo colocaban a ese hombre sobre una camilla y lo introducían en el vehículo, que no tardó en arrancar abriéndose camino entre el tráfico a golpe de sirena.
A decir verdad, en la acelerada e imparable ciudad en la que vivía, ese tipo de sucesos eran casi el pan de cada día y, aunque verlo tan de cerca sí podía suponer algo infrecuente, no iba a perder más tiempo pensando en ello.
No obstante, al salir hacia su trabajo a la mañana siguiente, un impulso desconocido hasta entonces le hizo girar la cabeza y mirar hacia el que había sido el lugar del hombre que modelaba. Como era de esperar por los acontecimientos del día anterior, ese tipo no se encontraba en su sitio habitual, pero, extrañamente, sí permanecía allí el gran pedazo de barro en el que hasta el día anterior habían estado ocupadas sus manos.
Parecía que nadie se había dado cuenta de la presencia de aquel bulto húmedo y pringoso. Tal vez, a lo largo de la mañana, los servicios municipales de limpieza vinieran a retirarlo… Y como era posible que nunca más tuviera la oportunidad de ver aquel objeto que parecía haberse ido construyendo con sus quehaceres diarios, no pudo reprimir la tentación de acercarse a observarlo con mayor detenimiento.
A medida que se aproximaba al bloque modelado, los detalles se hacían más evidentes y –realmente así le parecía– la obra del hombre que modelaba estaba dotada de un impresionante carácter realista. Al menos, mientras se acercaba, eso es lo que pudo apreciar de la parte posterior de lo que ya tomaba forma de verdadera cabeza humana.
Al llegar a su altura y rodearla para verla de frente, su corazón estuvo a punto de pararse.
La cabeza que había estado modelando el hombre que se llevó la ambulancia tenía su rostro. Era su vivo retrato, sus ojos, su nariz, su torcida expresión de la boca. Aquel extraño personaje andrajoso había convertido su cara en una inquietante escultura.
Un estremecimiento fangoso le recorrió todo el cuerpo.