El hombre del saco

Perplejos en la ciudad

Merodeaba por el barrio, con un saco grande, abultado, echado al hombro. Parecía un saco pesado, repleto de cosas. No era un vecino. Merodeaba de un lugar a otro, y todas las mañanas pasaba por el barrio.

Una de las vecinas, hija de unos tenderos propietarios de una carnicería, explicó que este hombre le recordaba a una vendedora que, en los tiempos de la dictadura, cuando había estraperlo de alimentos (de trigo, de aceite, de carne), llegaba de noche a la tienda de sus padres con un saco al hombro, donde traía, envuelta en un trapo ensangrentado, una pieza grande de ternera. Era una pieza muy fresca, sangrante aún, de esa carne de Gerona, tan valorada entonces por su buena calidad. Esa vecina fantaseaba con un crimen pasional, e imaginaba que el hombre del saco transportaba, pieza a pieza, el cuerpo descuartizado de una amante que había enterrado en algún descampado, decía con mirada intrigante, detectivesca.

La mayoría de los vecinos, temerosos, no se fiaban de aquellos que merodeaban por el barrio. Sin embargo, a diferencia de la hija de los carniceros, nunca llegaron a sospechar, de manera seria, que ese transeúnte misterioso pudiera ocultar en el saco los miembros amputados de un cadáver. A lo sumo, bromeaban sobre ello, más que nada para asustar a los oyentes. Pero no lo hablaban en serio.

La verdad se descubrió el día en que se desgarraron las costuras del saco y su contenido cayó rodando en medio de la calle. Fue una sorpresa para todos.

No eran los miembros cortados de un cadáver envueltos en trapos ensangrentados. No había tal despiece por un amor contrariado, por despecho, como había fantaseado la hija de los tenderos. Nada de eso, sino juguetes de madera, de aluminio y de plástico: vagones de tren, coches, muñecos, peonzas, tableros de parchís, de damas, del juego de la oca, una pistola, una cartuchera y un sombrero de vaquero del Oeste, una placa de sheriff, un arco con flechas, que fueron cayendo del saco roto como títeres de una infancia muerta. Unos juguetes antiguos que el hombre del saco había encontrado seguramente en algún vertedero de basuras.