El grito excluyente

No eres uno de los nuestros


NO ERES UNO DE LOS NUESTROS, así, en mayúsculas gritadas e, hirientemente, excluyentes.

Eso nos han transmitido, muchas veces, en viajes de verano para aprender idiomas, en colonias elegidas por los progenitores y en otras actividades lúdicas para jóvenes incipientes. Nos estremece recordar el rechazo, el ostracismo lacerante que campaba a sus anchas en esas actividades en las que el nosotros es un círculo fugaz formado por desconocidos que se agrupan veloces aplicando criterios simples para identificar afines, para descartar amenazas. 

A veces era más NO ERES UNA DE LAS NUESTRAS que NO ERES UNO DE LOS NUESTROS, pero dolía menos, porque no nos sentíamos UNA, sino VARIAS o, incluso, OTRA.

La frase acaba por hacer eco, aquí dentro, en el recuerdo borroso de veranos con olor a Reflex y campamento, a chocolates AfterEight mentolados y náuticos color frambuesa. Estamos por encima, pero, quién sabe, quizás no lo hemos superado y nos autoexcluimos, sabiamente, de manera preventiva, por si acaso. Elegimos muy bien los grupos valiosos, nos esforzamos por no berrear, a la primera de cambio: NO SOY UNO DE VOSOTROS. Seguiré contando.


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