El fantasma en la máquina

Leído por ahí

 

¿Ay, quién maneja mi barca… que a la deriva me lleva?
Remedios Amaya

La pregunta no deja de ser pertinente. En el supuesto de que yo tenga una barca (lo cual no es sino una metáfora de lo que soy) y de que mi barca se enamore, tenga celos o embarranque en tu falda, ¿se puede saber quién demonios la maneja? ¿Hay una respuesta fiable para este problema filosófico-poético?

Los filósofos analíticos, como Gilbert Ryle (1900-1976), popularizaron la expresión «el fantasma en la máquina» para referirse a un supuesto sujeto invisible —el alma, la mente, el yo— que toma decisiones desde el cerebro humano y dirige nuestra vida. Gilbert Ryle se opuso con vigor a la existencia de sucesos mentales invisibles. En esa línea se manifiesta también Steven Pinker en su ensayo La tabla rasa. La negación moderna de la naturaleza humana (2002), apoyándose en la mejor ciencia de nuestro tiempo.

En este libro, Pinker afirma que la conducta no es el resultado de ningún fantasma interior, sino la consecuencia física del choque de moléculas en el cerebro, choques que están modelados por unos genes que derivan de la selección natural. ¿Dónde podemos encontrar al fantasma en esos mecanismos neuronales sometidos a evolución? Los moralistas biempensantes temen que si hacemos desaparecer al fantasma entrarán en crisis las nociones de libertad, moralidad y culpa. Y es que difuminar la presencia del sujeto mental y convertir el comportamiento humano en algo puramente biológico resulta inquietante. Si un violador, por ejemplo, obedece a un mandato genético, ¿dónde queda su libertad de acción, su responsabilidad como agente y su presunta culpabilidad? Y si se trata de un marido infiel, ¿en qué sentido es culpable si no deja de ser víctima de sus hormonas?

Este argumento — prosigue Pinker— es falaz por dos motivos:

—Uno, porque la noción tradicional de libertad ya estaba amenazada antes de cuestionar la existencia del fantasma. Da lo mismo que la causa del comportamiento humano sean los genes o la influencia social. En ambos casos, el sujeto ve condicionada su libertad. No se tiene más libertad cuando el causante de los actos es un fantasma interior.

—Dos, porque, aunque no haya fantasma dirigiendo la conducta, el sujeto moral no desaparece. Sea cual sea la explicación del comportamiento humano sigue existiendo un agente moral que es, precisamente, quien realiza la acción.

La intencionalidad del agente y el resultado de sus actos es algo que puede ser explicado y juzgado. No hay que confundir —escribe Pinker— la causalidad con la responsabilidad. La primera explica la causa de las acciones; la segunda nos permite distinguir entre actos voluntarios e involuntarios, omisiones y evitaciones, intenciones y logros, consecuencias buscadas y no buscadas, actos realizados por adultos racionales y por niños, animales o personas enajenadas. “Nada de eso requiere apelar al fantasma en la máquina como alternativa a una explicación causal en términos biológicos”, concluye nuestro autor.

Finalmente —sostiene Pinker— podemos prescindir del fantasma por economía intelectual. Las distinciones entre mente y materia, entre biología y cultura o entre libertad y determinismo, abren brechas en el conocimiento humano que la filosofía tradicional no ha sabido cerrar. En cambio, las investigaciones de la actual ciencia cognitiva, la neurociencia, la genética del comportamiento y la psicología evolutiva, ofrecen respuestas satisfactorias que pueden cerrar las brechas sin necesidad de apelar a un supuesto fantasma que nos maneja. No es cierto que la creencia en un sujeto interior (el alma, la mente, el yo) como causa de las acciones humanas explique mejor la conducta que las afirmaciones de la ciencia cognitiva y la neurociencia.

Moraleja

Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:

—Centrémonos en la infidelidad matrimonial, por ejemplo. No negará usted que experimenta un fuerte deseo de practicarla y que, a veces, se resiste. ¿Cree usted que el fantasma interior es quien pone freno a sus instintos o el que le ordena resistirlos?

—Supongamos que la respuesta sea afirmativa. ¿Puede usted decirme por qué —a pesar del fantasma— cae con tanta frecuencia en la tentación?

—Supongamos que no hay fantasma. ¿Cree usted que en tal caso estaría todo permitido? ¡Vaya con ese cuento a su pareja a ver si lo exime de responsabilidades!

—Supongamos que sea usted, de hecho, un  fantasma. En tal caso olvídese de los consejos de más arriba y limítese a arrastrar sus cadenas. Con fantasma o sin él, cuando le juzguen, será condenado.