El espacio (juguete cómico)

Delirāre



Salón de una casa humilde, bastante revuelto y destartalado. Los protagonistas, sentados en el sofá y un sillón, conversan junto a una mesa de centro atestada de cervezas y ceniceros llenos de colillas.

—¿Qué procedimiento dices que seguiste?

—Traté de ser lo más riguroso posible. Todo es tan infinitamente pequeño frente a la magnitud del espacio y a la ingente labor para estudiarlo que no se me ocurrió otra cosa que cuadrangularlo en hexágonos.

—Si son hexágonos no será cuadrangular…

—Vale. Es solo una forma de hablar para que me entiendas. Lo que hice fue dividir el espacio visible en hexágonos, en una especie de colmena…

—Dicen que es la forma más perfecta para no dejar huecos a la hora de parcelar una superficie. ¿Cómo decían…? Es la división más eficiente y la estructura más resistente.

—Eso parece, así es. Además, la observación la planteé con hexágonos virtuales, con líneas imaginarias que solo me sirvieron para diferenciar una celda de otra, haciendo de la superficie que ocuparían esas líneas divisorias algo irrelevante, por lo que no dejaría ningún espacio sin ser sometido a mi análisis.

—Buen comienzo. ¿Qué hiciste después?

—Mi idea inicial fue, y creo que es la correcta, estudiar cada una de esas celdas hexagonales por separado, como si fuera un todo único. Y en cada una de ellas llevar mi observación al límite de lo permitido, ampliando todo lo posible el detalle de lo observable. Así, el espacio de cada uno de los hexágonos quedaría perfectamente analizado y registrado y, una vez terminadas de analizar todas las porciones, unir los resultados para obtener un conjunto total perfectamente investigado.

—El tamaño de la celda es importante para profundizar en la exactitud de la observancia.

—¿Observancia está bien dicho en este contexto?

—Si lo entendemos como disciplina, creo que sí.

—Pues vale. Entonces, mantuve la observancia en mi propósito de análisis y observación del espacio que tenía ante mis ojos. Desde el inicio, planteé la parcelación hexagonal como te comentaba y realicé el análisis individualizado de cada una de las parcelas. Además, me obligué a seguir un riguroso orden, de izquierda a derecha y de arriba abajo. Comencé por la primera, en el extremo superior izquierdo de lo observable y, ya sabes cómo soy, cuando me pongo con algo soy muy concienzudo.

—Ya, lo sé. ¿Qué descubriste?

—Todo. Sé que suena pretencioso, pero cada uno de esos hexágonos, siendo todos diferentes, ofrecía unos resultados de forma individualizada similares a los del conjunto total. Pero…

—¿Qué resultados son esos?

—Podría decir que, en general, en cada uno de esos fragmentos de espacio que analicé, descubrí las mismas formaciones de nebulosas con apariencia de gas o polvo. Y, profundizando en ellas, pude observar muchas estrellas moribundas, soles como el nuestro y otros astros naciendo. Entre esas nubes, entre esos cúmulos de luz, en el negro profundo que rodea cada una de esas manchas parece que no hay nada, pero aumentando la precisión de la mirada, incrementando la fragmentación o, más bien, reduciendo el tamaño de lo observado, pude comprobar que aparecen de nuevo otras formas similares a las vistas en el conjunto del hexágono, formaciones de nebulosas, galaxias enteras y sus casi invisibles planetas orbitantes, algunas tan lejanas que ni la más fértil imaginación es capaz de comprender tales distancias sin colapsar.

—Ya te digo. Yo, cada vez que pienso en esas cosas, me mareo. El término infinito está muy fuera de mi entendimiento y esas ideas me hacen sentir como un necio. Mi mente es torpe y no está preparada para esas magnitudes.

[Beben cerveza. Más]

—¿Qué hiciste después?

—Marearme como tú, pero continué con la observación. No sé ni el tiempo que pude pasar allí con la mirada atenta y la cabeza bullendo con los datos extraídos de mis exámenes. Realmente, se me pasó el tiempo volando, no se me hizo largo ni pesado. Uno a uno, fui analizando con extremo cuidado y atención cada uno de los hexágonos en los que había dividido el espacio y pude confirmar la similitud de todos y cada uno de ellos. Todos presentaban formaciones galácticas análogas, con espacios de sombra aparente a su alrededor en los que, afinando la mirada, vuelven a aparecer más y más estructuras de nebulosas, galaxias, estrellas… Un patrón que parece repetirse hasta el infinito.

—Parece que el universo es regular, además de extremadamente grande.

—No. Esa es la cuestión. Ahí quería llegar. En todos los fragmentos que analicé descubrí las mismas formaciones…

—¿Las mismas?

—No, las mismas no, pero sí con características comparables unas a otras. Tanto que permitiría concluir que el cosmos es regular y se ve parecido mires donde mires. Pero ocurrió algo. Todos los hexágonos eran semejantes en cuanto a sus características… todos, menos uno.

—¿Cómo?

—Lo que te digo. En un principio pensé que podría deberse a un agotamiento visual y mental tras tantas horas observando, a tanto tiempo dedicado al estudio detenido y atento de cada una de las partes del firmamento.

—Pero no estabas cansado…

—Sí, mucho, la verdad es esa. Pero cuando me obsesiono con algo, puedo llegar a ser muy tozudo.

—Algunos llamarían a eso perseverancia. No seas tan severo contigo mismo. Las circunstancias son las que son y no puedes pretender estar siempre al cien por cien.

—No se trata de eso. Quizás he utilizado mal la expresión. Debería haber dicho minucioso, voluntarioso, aplicado…

—También intenso. A veces, y lo sabes, eres un poco intenso.

—Eso también.

[Fuman. Beben]

—Ya lo decía Natalia. Cuando te pones con algo, puedes llegar a ser insufrible.

—¡No me hables de Natalia! Todavía la extraño mucho.

—¡Pero si fuiste tú el que la echaste de tu lado! No me jodas. ¡Mira que te pones pesado con ese tema!

—Es que, además, fue ella quien me señaló el espacio del que te hablo y quien me incitó a observarlo con atención. Ella se rayaba mucho con eso. ¿Cómo no voy a recordarla si estamos hablando de lo que ella misma me indicó?

—Es verdad. Lo de Natalia es muy fuerte. No hay mucha gente tan obsesiva como ella. Cuando se fija en algo va con ello a muerte… hasta que pone el foco en otra cosa. O en otro. Has hecho bien separándote de ella.

—Sí. No sé. ¡Déjalo! Lo importante ahora es lo que vi… o lo que no pude ver en ese hexágono virtual tan diferente de los demás.

—¿Estaba oscuro?

—Del todo. No contenía nada de nada. Ni acercándome al máximo pude ver perturbación alguna en ese oscuro uniforme.

—¿No contiene nada?, ¿nada de nada?

—Eso parece.

—¿Y qué puede significar eso?

—Puede que sea un espacio realmente vacío, una zona inconmensurablemente grande en la que no hay nada, aunque inconmensurablemente pequeña en relación al conjunto de los hexágonos. Que, por otro lado, no dejan de ser sino una ínfima porción de lo que nos rodea.

—¿Qué piensas de ello?

—Puede que sea solo eso. Por azar, o por lo que sea, no hay nada allí. Aunque tengo otras dos explicaciones plausibles para esa negritud del espacio.

—¿Dos?

—Creo que podría ser una mota de polvo, ínfima, minúscula, que esté situada en un punto concreto de la lente observadora y tape un punto minúsculo de lo observado con su sombra.

—Un poco rebuscado, ¿no? Podrías limpiarte las lentes y descubrirías si se desplaza esa sombra a otro punto del espacio para comprobarlo.

—Lo hice, pero nada cambió, por lo que descarté esa hipótesis. Por otro lado, la mirada de largo alcance aplana las perspectivas y sitúa lo que miras en planos muy parecidos, desvirtuando los tamaños y las distancias.

—Como mirar por un teleobjetivo.

—Para mirar lejos, sí.

—Mira, pues voy a por otras dos cervezas, que estas están calentorras.

[Sale de escena por la derecha.
Regresa al rato, sonriente, con dos latas de cerveza]

—¿Cuál es la otra teoría que tienes sobre esa rara negritud que viste en el espacio?

—No vi nada. Allí no hay nada.

—Pero sí viste que allí no hay nada. O sea, que viste ese agujero negro en medio de la infinita profusión de formaciones galácticas.

—Agujero negro. No había pensado en esa posibilidad. Podría tratarse de eso, precisamente. Una estrella moribunda que ha colapsado por su propia gravedad, que es tanta que no permite que se escape de ella ni la luz. Por eso no puede verse nada. Al atrapar a la luz con su fuerza gravitatoria, no hay luz que llegue a nosotros para poder observarla.

—Me dejas loco. ¡Venga esa cerveza! Siempre me descolocan esas cosas que cuentan los astrónomos.

—A mí también. Se me vuelve la cabeza del revés cuando pienso en esas teorías. Me cuesta entenderlas. Pero es que lo que tenemos ahí arriba parece muy grande.

—Sí. Y misterioso.

—Pues vas a flipar con la otra hipótesis que tengo para explicar esa mancha oscura o invisible en el Universo visible.

—Un trago antes…

—Vale. 

[Beben un largo trago]

—Mira. Se me ha ocurrido que algo se está dirigiendo hacia nosotros y que su estructura está tapando lo que hay detrás. Imagina un cohete o un platillo volante, oscuro como el espacio profundo, que esté volando hacia la Tierra en una trayectoria recta, justo en la misma de mi observación, y que al mirar en esa dirección su estructura oscura tapa el espacio.

—Pero se notaría movimiento.

—Con las magnitudes espaciales de las que hablamos, ni se apreciaría. Las distancias son tan grandes que, si está en la misma dirección de la mirada, nos taparía siempre el mismo punto.

—¿No se agrandaría ese punto a medida que se acerca a nosotros?

—Su velocidad tendría que ser inconcebible, por no decir disparatada, para que nosotros, seres mortales de brevísima vida finita pudiéramos apreciar el más mínimo aumento de su tamaño. Para apreciar cambios, tendríamos que observar durante demasiado tiempo, más del que ocuparían varias generaciones de observadores.

—Entonces no sabemos nada.

—Solo podemos especular. Pero no me preocupa eso. Me gusta. El tiempo que he pasado observando ha resultado fantástico. Mi mente se ha abstraído con ese hueco negruzco de tal manera que no me he dado cuenta de que pasaban los minutos, uno tras otro.

—Hasta que he llamado a la puerta.

—Justo. Ahí he salido de mi estupefacción. O me has sacado tú.

—¡Es que me estaba meando!

—Ya, ya. Si no pasa nada. Casi te lo agradezco. Me estaba rayando mucho con eso que no veía.

—¿Y qué hiciste?

—Alcé mi cabeza y salí de mi estupor. Quizás fuera más como un letargo o un adormecimiento. Y, entonces, me di cuenta de todo. Llevaba casi una hora sentado en la taza del váter mirando fijamente los azulejos del suelo del baño. Son hexagonales, de un color verde oscuro, muy oscuro, con manchas más claras jaspeando la superficie.

—Todos los azulejos, menos uno.

—Exacto. Hay una baldosa sin estampado. De ese mismo color verde oscuro, pero sin manchas, sin ese veteado más claro.

—¿Por qué está ese azulejo ahí? Nunca me he fijado.

—Me dijo Natalia algo sobre una rotura y que lo cambiaron por otro similar o que se acabaron los azulejos que tenían y pusieron ese último lo más parecido posible.

—Pero no igual.

—No. No es igual. A Natalia le cabreaba mucho que le hubieran colado esa baldosa diferente. A mí me da lo mismo. Creo que le da originalidad al suelo. Cuando estoy en la posición adecuada para poder mirarlo, claro.

—Pues vale.

—Exactamente, pues eso. Y estoy decidido a dejarlo como está.

—¿Qué has hecho cuando te he despertado de tu ida de olla?

—Me he limpiado el culo y he tirado de la cadena.

—Eres un alucinado.

—¿Repetimos de eso que nos hemos fumado antes?

—¡Venga!… ¿Te has lavado las manos?

Oscuro

TELÓN


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