A pesar del título, no creo que haya demasiada buena voluntad en la magia, pero sí que hay demasiado entusiasmo entre los que creen en ella.
La magia, los hechizos y la brujería tienen el terreno abonado entre los incautos. Lo esotérico machaca la buena voluntad de primos, papanatas, crédulos e insensatos que son propensos a los sentimientos encendidos, su candidez suelen pagarla cara. Con ellos, la vehemencia que anula la razón, la pasión desmedida que va contra el amor y el optimismo que distorsiona la percepción de lo real.
Suele confundirse la pasión exaltada con el arrebatamiento artístico y con el entusiasmo creativo. No lo digo, pero podría decir que admiro al entusiasta. Creo que lo poco que hemos conseguido de bueno es gracias a ellos, y lo mucho de malo que nos ha caído encima, ha sido por las acciones irracionales de algunos brujos o hechiceros que se creyeron que lo suyo era creíble.
Los sueños, las esperanzas, las nieblas románticas y las utopías humanas nos sirven para ir pasando el rato de una manera más o menos hipnótica y mágica.
Psicólogos, teólogos, sacerdotes, ilusionistas políticos y demás esotéricos nos hablan de la magia de la vida, y por ahí andamos, entre dos caminos: la lucha por la provisión del pan y el apaño de la fe ciega. Para el primero se requiere esfuerzo, y para caminar por el segundo, el atontamiento y la enajenación ya nos sirven.
Los caminos son abrasivos. Si son de cristales rotos, nos pueden lesionar las plantas de los pies, pero si nos encontramos ante la fe ya sabemos que ésta, más que mover montañas, lo que hace es erosionar peñascos e inhibir toda capacidad de crítica.
No, no. Me alejo de los caminos inconsistentes y, caminando como un vesánico entre zarzales y sobre un camino de cristales rotos, me las compongo para encontrarme cada día un poquito mejor, para tener una comida sencilla y apetitosa, amar, pensar sin limitaciones y poder explicarlo.