Me llamo Solomon, vivo en Debre Birhan, tengo once años y hoy es el día más importante de mi vida. Hoy le voy a conocer. Se llama Theodros, también tiene once años y también es de verdad. Me ha costado mucho tiempo encontrar a alguien. De hecho, será el primero. Hace tiempo que busco, por eso ahora estoy tan contento. Creo que será mi mejor amigo.
Hoy mi padre me ha dado diez birrs para que cogiera el autobús y fuera a Nazret a conocer a Theodros. Claro que esto sólo lo hace siguiendo las órdenes del gran hombre que se esconde. Igual que el conductor del autobús, que me está devolviendo el cambio sin mirarme, o fingiendo no mirarme. Igual que todos estos hombres jóvenes y viejos que me observan con caras apagadas desde que subo hasta que me siento en la última fila. Igual que mi madre, que no quería que fuera a conocerle, que no quería que tuviera contacto con una familia Oromo, diciendo que los Amhara tenemos que vigilar con quién nos mezclamos. Ella también está a las órdenes del gran hombre que se esconde.
Hace tiempo que sé que existe el gran hombre que se esconde. Seguro que él piensa que actúa en secreto, pero a mí no me puede engañar. De hecho, soy yo quien le engaña, a él y a todos sus agentes. El gran hombre que se esconde quiere controlar todo lo que hago y todo lo que veo. Cada día, cuando salgo de mi casa para ir a la escuela, desactiva a los agentes que actúan en mi casa, disfrazados de padre y madre, y activa a otros: mi maestro, mis compañeros de clase y los señores armados que a veces me impiden llegar a la escuela. Yo sé que este espectáculo es falso, pero tengo que esperar pacientemente antes de poderme enfrentar al gran hombre que se esconde.
El autobús se ha parado. Un grupo de señores armados ha hecho bajar al conductor del autobús y le están gritando. Todo esto es una trampa para que yo actúe, pero tengo que ser paciente y esperar al momento oportuno. Saco de mi carpeta el número de este mes de mi cómic favorito. Precisamente aquí conocí a Theodros. Le encontré hace tres meses, en la sección de cartas (Spiderman #167, Tabot Comics, Adís Abeba, enero de 2008). Su carta era corta y sencilla. Explicaba que estaba convencido de una cosa: si alguna vez iba por la calle y estaba a punto de ocurrirle algo malo, Spiderman acudiría inmediatamente a rescatarlo. Por esta razón, vivía muy tranquilo. Aunque creo que se equivoca en lo de Spiderman (que es blanco y probablemente sólo salva a niños blancos), cuando leí su carta descubrí al instante que él también era de verdad.
Fuera del autobús, el espectáculo está agitado. Los señores armados le han disparado al conductor. Sólo tengo que esperar a que aparezca otro agente del gran hombre que se esconde, disfrazado de conductor, y siga el trayecto. Qué curioso. En el número que acabo de empezar a leer, Peter Parker sube al autobús para ir a visitar a Mary Jane, que de momento es la única persona del mundo que sabe que Peter es especial (creo que su tía May algún día lo descubrirá). Cuando Theodros respondió a mi primera carta, me dijo que estaba esperando conocerme, que creía que yo era un chico especial.
Los agentes del gran hombre que se esconde se habrán dado cuenta de que no les estoy observando, porque ha terminado el espectáculo y volvemos a movernos. Uno de los señores armados ha ocupado el sitio del conductor del autobús. Un momento. El autobús está dando la vuelta para regresar a Debre Birhan. No puede ser. Tengo que ir a Nazret. El señor armado que hace de conductor acelera. Quieren fastidiarme el día más importante de mi vida.
Tengo que hacer algo. Me levanto y recorro el pasillo del autobús, ignorando los gritos de los agentes disfrazados de hombres jóvenes y viejos con caras apagadas. Llego delante del señor armado que ha ocupado el sitio del conductor del autobús. Cuando él me mira con cara de odio y me apunta con la pistola, sonrío. Estoy a punto de darle su merecido al agente y desenmascarar al gran hombre que se esconde. Theodros estará orgulloso de mí.