El discreto encanto de la hipocresía, o por qué me gustan los buñuelos

No eres uno de los nuestros



Si me preguntaran por qué cuento lo que cuento, respondería aleatoriamente. Daría igual una respuesta u otra: nada es importante ahora mismo. Necesito un trago amargo. No un mal trago, sino uno amargo, de bilis, quinina y alcachofa, para zafarme del empalagamiento de una vida resuelta desde la cuna. Porque en estos días aciagos, al fin, me percato de la dicha que venía persiguiéndome. Todo el monte era orégano y todo lo que relucía era oro, hasta que la consciencia se ha abierto paso. He despedido a la diosa Fortuna; tan ensimismada como estaba conmigo, el resto del mundo le traía al pairo: guerras, hambrunas y envidias campan a sus anchas. ¿Qué felicidad puede sentirse en un entorno tan imperfecto?

No eres uno de los nuestros, no eres uno de los nuestros.

Sí, necesito vino amargo como el de Farina. Pues ahora soy consciente de que no habría podido estudiar plácidamente, sin necesidad de trabajar para pagarme los estudios, si mi familia no me hubiera costeado la universidad. Y no cualquier universidad. Soy consciente de que mi cultura general es ramploncilla, pero que los contactos que obtuve en ese centro de estudios privado son sobresalientes, y por eso gano la pasta que gano por tocarme las narices. Si por algo me estiman mis subordinados, es por mi don de gentes y por mi saber estar. Ni siquiera se preguntan si sé desarrollar un proyecto: me dan a entender que sé liderar equipos y proyectos. Esto también me lo dice mi jefe, a quien parezco seguir los pasos. Liderar.

Bucea en tu interior.

Desde pequeñito pude granjearme el cariño… ¿Cariño o respeto? No lo sé. Desde pequeñito pude granjearme el respeto de mis compañeros: en los recreos jugábamos a lo que yo les proponía y jamás me faltó un buen tentempié. Siempre tenía los deberes al día, y debidamente hechos… Nadie me rozó ni me insultó. Un paseo feliz por la academia, cumpliendo con el mundo y el mundo cumpliendo conmigo, conspirando con el universo y el universo conmigo. Leyendo lo básico, calculando lo justo, alcanzando lo que estaba a tiro de piedra. Amistades, las necesarias, hasta en el infierno. Ligues, los que fueran, a nadie le importa… Pero ya no soy de los vuestros.

No, no eres uno de los nuestros.

Calles cerradas por murallas ignífugas cortan el tránsito de llamaradas, cual malla urdida en llantos. Si esto no os dice nada, el relato debe reescribirse. No sé por quién ni por quiénes. Ha de ser narrado de nuevo, y fijado en algún sitio a fin de ser enmendado otra vez si fuera menester, juraría. Y en ese caso, romance o gesta, recitado o cantado reiteradamente, siempre interpretando el original, con escasa o nula contribución a la trama, malditos goliardos, que es lo que sois, llenándoos la boca de virtudes y delicias ajenas a vosotros, miserables como sois, avaros, aficionados en el arte de obsequiar, malandrines, facinerosos… Todos aquellos calificativos escupidos por el capitán Haddock. Sí, calificativos, no injurias ni improperios, calificativos. Lo que sois, como sois, viles mortajas de mortadela. Ni fiambres. Nadie osaría reunir en un osario vuestros esqueletos de cristal, tan espectrales como vuestras aparentes vidas de éxitos entre tinieblas. Hasta aquí me habéis traído, alienado, hasta aquí hemos llegado. Aunque en realidad todo responda a designios de vuestro Altísimo y a vuestra santa voluntad, en vuestro correcto uso del libre albedrío, como San Agustín os dijo. Aunque, a decir verdad, todo carezca de sentido, cualesquiera sean las infinitas direcciones que pasen por este punto del espacio y del tiempo.

Tal vez seas uno de los nuestros.

Sí, tal vez sea uno de los vuestros si me aceptáis esta breve disertación de mi ser contrito. Aparentemente contrito, realmente constrictor y nunca constructor. Nada más edificante que armar castillos en el aire, ¡oh mis canallas!

Vale, eres uno de los nuestros.