El dinero no hace la felicidad, sostiene el adagio. Hay quien retruca que cuando se dice que no la hace se está aludiendo a la felicidad ajena.
Ahora que nos azota una feroz crisis y a medio mundo le falta el circulante, las reflexiones sobre el dinero son moneda corriente (perdón por el chiste fácil).
En otros tiempos el dinero era el oro. Ciertas personas guardaban en cofres monedas de oro ajenas y cobraban por la custodia. Cuando el titular realizaba sus pagos la contraparte en lugar de retirar el caudal eludía el traslado si confiaba en el depositario y en el guardián del cofre. Así fue como se sustituyó la moneda por su representación. El custodio del arca, al comprobar que la gente no retiraba su capital, pensó en la posibilidad de crear más dinero que el de los depósitos existentes. De tal modo surgió la idea del préstamo.
El secreto del dinero radica en la confianza de que la promesa de pago será cumplida. Ahora bien, tal promesa tiene tanto valor como las promesas de amor, algunas se cumplen y otras no. Por otro lado, cuando necesitamos dinero se nos cobra un interés. Un día el Estado autorizó la emisión de moneda legal a quienes se comprometieran a suministrarle el capital que necesitaba mediante la emisión de títulos públicos. El interés fue el pago recibido por los guardianes de las arcas. Hoy en día los bancos prefieren las tarjetas de crédito en lugar de prestarles a las empresas porque así duplican la ganancia. En 1949 Diners creó la tarjeta para consumir en restaurantes. Actualmente Visa tiene más de 400 millones de socios. El auge de la tarjeta tuvo su correlato en la dependencia creada, por eso muchos se desviven para pagar mes a mes los gastos que genera. Como es lógico, los bancos promocionan el uso de la tarjeta e incitan a utilizarla. Así, el dinero, que comenzó como medio para facilitar el comercio, se ha convertido en un fin en sí mismo por causa del interés que termina por obstaculizarlo.
Lo cierto es que el hecho de acumular dinero y utilizarlo como mercancía, en lugar de aplicarlo a la producción de bienes, más temprano que tarde termina por generar el colapso. Los bancos, las compañías aseguradoras y las pequeñas y grandes industrias van cayendo vertiginosamente, como las fichas de dominó. No habrá más remedio que cambiar el paradigma antes de que sea tarde.
Sin embargo, no parece que vaya a acabarse el culto al becerro de oro. El dinero no hace la felicidad, la compra hecha, dicen los cínicos. Creen que el dinero produce un efecto tan parecido a la felicidad que es muy difícil apreciar la diferencia.