El diablo está en la tele

La rana dorada

La niña echaba espuma por la boca y por la nariz. Lo que sea le ha poseído a mi hija. ¡Mi hija ha sido poseída!

Concepción Lázaro sobre su hija Estefanía.

 

En parte crónica periodística, estudio sociológico y novela de no ficción, como señala la contraportada, este último libro de Alberto Ávila Salazar (El diablo en casa. El expediente Vallecas. Libros VK) nos acerca a uno de esos muy significativos y artificiales espejismos, hoy denominados leyendas urbanas, que tan buena cuenta dan de la permanencia en el tiempo de la España Negra; esa misma cuyos mitemas se recomponen de modo incesante, en clave espectacular y secularizada, durante la etapa presuntamente democrática que vivimos desde 1978.  Asuntos como: Puerto Hurraco, Alcasser, el 23 F, el 11M o el procés, entre otros, forman parte de este horizonte donde las fake news, la tergiversación propagandística clásica, el amarillismo sensacionalista y la sed de novedades en multitudes cada día más aculturadas, sujetas a sistemas de dominación inapelables y embrutecedores de corte psicológico, en apariencia inexistentes, convergen para generar un universo distópico de carpetovetónica y bizarra morfología. Mondo Bruto.

Todo firmado y sellado en nombre de la sacrosanta opinión pública, nuestra prestigiada (en el exterior) democracia y el modélico papel que cumplen los periodistas, y otros mercenarios especializados en el manejo de lo simbólico, con el trastrocamiento sistemático e impune del imaginario colectivo. ¡Y luego hablamos de los curas!

La lectura es placentera y el ritmo trepidante, de corte en gran medida cinematográfico; Alberto es un buen narrador y expone con claridad y lógica impecable al lector los eventos. El enfoque es directo y benévolo con sus protagonistas…excesivamente, a mi juicio.

El libro se inicia con una larga y amena exposición de las influencias culturales que precedieron, y muy posiblemente dieron acomodo psicológico y simbólico, a determinadas conductas e ideaciones vinculadas a estos y similares acontecimientos en la mente de numerosos adolescentes. Hoy adultos infantilizados, habitantes de pleno derecho de la distopía en marcha. El “pánico satánico” desencadenado en los Estados Unidos en los 80 y la llegada a España, más que del pánico mismo, de materiales cinematográficos o literarios que lo mitificaban o ilustraban y que se hicieron muy populares entonces entre los jóvenes, prepararon el terreno para este y otros fenómenos. Algunos aún por llegar.

Recordemos que hubo un tiempo que no existieron las redes sociales, ni los móviles (salvo para las acciones) y que la gente gustaba de intercambiar videos, festejar con ouijas y comentar en pandilla las novedades, tanto musicales como de otro tipo vinculadas a la cultura popular que no era entonces tan sólo, como comienza serlo ahora, un sistema de condicionamiento lobotomizador. Yo mismo, mucho antes, durante los sesenta, hice alguna ouija en el colegio.

Una adolescente muerta en circunstancias dudosas, debido en principio a supuestos problemas respiratorios (agosto 1991), que practicó posiblemente un año antes con unas amigas una sesión de ouija, también de presuntas y funestas consecuencias, desencadenó aparentemente una serie de fenómenos paranormales que obligaron a la policía a hacerse presente en el domicilio de la familia de la joven. Un informe policial peculiar (27 noviembre de 1992) y un seguimiento por parte de parapsicólogos, cadenas de TV, prensa y emisoras de radio, anterior incluso a la intervención de las Fuerzas del Orden, ayudó a generar un caso que con el tiempo y diversas reactivaciones a cargo de los especializados en gestionar el “Misterio” en España (1997, 2006, 2012, 2017…), desembocó finalmente en la película: Verónica. Inspirada muy lejanamente en los hechos y que la plataforma multinacional Netflix ha difundido urbi et orbi a lo a largo y ancho de esta gran carroña que denominamos eufemísticamente “planeta”.

Carece de sentido que le chafe el placer de la lectura al interesado contándole los pormenores de la secuencia principal de eventos que configuran el caso, las incógnitas más o menos descifradas por el inquisitivo trabajo realizado por el autor y los inquietantes enigmas sin resolver. Vale la pena leer el libro por uno mismo, háganlo.

Conforme nos alejamos del acontecimiento de la muerte de la joven (aún está por disponerse de un informe médico detallado y creíble sobre sus supuestas causas), y habiendo desaparecido varios de los protagonistas directos: como el padre, fallecido hace poco más de un año, o Tristranbraker, el entrañable “caza fantasmas” que accedió con sus asistentes a los fenómenos en primera instancia y que se encuentra hoy en paradero desconocido, será más difícil reconstruir el caso de una manera que vaya más allá de “transmutarlo” en narrativa. Ese tipo de construcción discursiva convincente para el usuario medio de mass media, de urna o de identidad activista. Poco exigente, de errática atención y por lo demás pésimamente preparado para hacer seguimiento de nada con un poco de seriedad (“es muy aburrido”) debido en gran medida a un sistema educativo diseñado para embrutecer y nivelar. La funestas consecuencias del paraíso socialdemócrata en construcción edificado sobre el humus de una sociedad mayoritariamente católica y socialista (una rama especialmente deleznable de cristianismo secularizado) a la que comienzan a incorporarse contingentes de bárbaros, procedentes de lejanos y cercanos desiertos, no menos lobotomizados y afines con lo catódico y el omnipresente balón que los rebaños anteriormente citados. La tele sin duda es para todos.

Es preciso señalar que personajes tan destacados del mundo del ocultismo o lo paranormal, como pudieran ser: el padre Pilón, el ya fallecido doctor Jiménez del Oso, el malogrado Juan Antonio Cebrián o el padre Fortea, que ha practicado sin rubor alguno el exorcismo en la Villa et Corte, entre otros, se apartaron discretamente del caso tras entrar sucintamente en contacto con él.

Recalcar que la comunicación con los espíritus, tanto angélicos como infernales, es asunto considerado peligroso en casi todas las tradiciones que legitiman este procedimiento de comunicación con la Otra Parte. Crowley, que consideraba la ouija como uno de los más peligrosos instrumentos puesto en manos humanas, señaló la similitud del llamado a los espíritus mediante esta con las evocaciones angélicas que realizó mediante magia enoquiana; practicada, siglos ha, por el mago isabelino John Dee. Citando de la traducción de Miguel Algol:

No es precisamente fácil traer al espíritu de un hombre muerto, porque el espíritu humano, al ser divino, no es susceptible de ser controlado por otros espíritus humanos; y además no es legítimo ni deseable hacerlo. Lo que puede hacerse, no obstante, es recoger desde Akasha restos astrales del hombre muerto y acumularlos en una mente concreta. Esta operación tampoco es especialmente provechosa. El único trabajo legítimo en este ámbito es entrar en contacto con las inteligencias realmente elevadas, como las que llamamos por conveniencia Dioses, Arcángeles y demás.

No queda claro cuándo, cómo y con quien, se hizo la ouija ni siquiera si hubo relación de causa efecto entre la cordial nigromancia estandarizada y los fenómenos paranormales, que muy bien podrían  haber sido producto de la dinámica familiar; recordemos que eran 9 personas metidas en un piso. El abuelo, el matrimonio progenitor y seis hijos. Hace años, durante una conferencia del doctor Jimenez del Oso este nos comunicó que las sectas eran peccata minuta comparadas con las familias. Sabia de lo que hablaba, era psiquiatra practicante. No en vano esta institución que se quiere inmortal, como se supone lo son las bacterias, es el pilar de la Suciedad vigente y en nada ha ayudado a sus víctimas, que pronto se convierten en verdugos, su reducción de tamaño. De la amplia y clánica a la nuclear para terminar con la mónada lesbiana que acuna a un clon de chimpancé adoptado al que pronto se le reconocerán plenos derechos.

Por no saber, no se sabe siquiera con seguridad si la malograda joven tenía novio o no. Se supone, quizás erróneamente, que el caso está “contaminado” por los parapsicólogos cuando el propio filtro mediático, sin el cual no tomaríamos conciencia alguna del asunto, ha borrado con decenas o centenares de horas de emisión de radio, tele y charlas de café interactivas, cualquier rastro visible que pudiera quedar y permitir entender algo con propiedad. Esto ocurre ya con todo y es la mejor manera de que los oligarcas conserven su poder, día tras día. Y si llegas a una respuesta sobre algo seguro que esta no será: ni inclusiva, ni optimista, ni antrópica, ni democrática.

Termino comentando brevemente la película en cuestión, que pronto será referente privilegiado sobre el caso. Su inspiración en “lo real” es  mortecina y oportunista. Mortecina porque es, afortunadamente para el espectador, más deudora de la fantasía y de los estilemas del cine de género que de la niebla y confusión impartida durante más de dos décadas por la leyenda; fabricada esta última por todo tipo de picaros e ingenuos para una audiencia de creyentes. Esto la hace fílmicamente visible, que no buena. Oportunista: porque se promociona y legitima de manera sibilina con el caso Vallecas, apuntándose al aura siempre reactivable por los Media del confuso evento. ¿O debería decir simulacro?

Pero lo mas interesante, y con esto termino, son las divergencias del film con la versión oficial de los acontecimientos repito, tan poco creíble como la fantasía por asentarse sobre arenas movedizas no drenadas aún. En la familia de la película sólo hay mujeres, salvo un niño pequeño. El padre ha muerto antes y es el objeto del trabajo evocador de la ouija, manifestándose como zurullo carbonizado de contornos vagamente antropomórficos en el momento cumbre. En cierto modo una muy cruel y directa alegoría del papel que le corresponde simbólicamente en la España de nuestro tiempo, retrotraída a la supuesta época paradisíaca del PSOE que comenzó a hundirse en el 93. La visión del Vallecas de los primeros noventa es en gran medida fantástica y poco relacionada con la realidad: más cercana al Madrid canallesco y feraz de El día de la bestia. La joven fue a un Instituto, no a un colegio de monjas. El entorno es fuertemente ginecocrático y grotesco tanto que hasta la inefable Leticia Dolera, musa de la zafiedad feminista en el cine español, una especie de Willi Toledo sin nabo para usar su selecto lenguaje, hace de monja que da clases de Historia. Magistral la madre superiora ciega y la escena del eclipse.

Es muy posible que haya un subtexto antiginecocrático en la película pero ¿quién sabe? Como señala el autor al final de su obra, creo que sin tomar conciencia claramente de lo que dice:

El Diablo está presente, al fin y al cabo, en esta historia real. No importan al final los detalles, solamente la visión global, la siniestra moraleja de un asunto tenebroso que nos fascina y aterroriza, porque nos demuestra que el Diablo se puede meter en nuestras casas.

El Diablo está siempre en los pequeños detalles, querido Alberto. El diablo está en la tele y jamás está presente.