El anestesista Calidemides

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El antidiálogo no comunica, hace comunicados y eso es lo que me sucedió con Calidemides, el anestesista. Quedamos en el Café Zurich para hablar un poco de cómo nos iban las cosas. El diálogo empezó bien y, al cabo de unos diez minutos, me di cuenta de que me estaba quedando sin diálogo porque, cada vez que intentaba decir algo, Calidemides me discurseaba como una trituradora que despachurra todo lo que encuentra a su paso. A la media hora pedimos otros dos cortados y, a cada intento mío de decir algo, se iba por las ramas con su verborrea. Continuamente violaba los principios de la cooperación comunicativa de todo diálogo como saber escuchar, no interrumpir, no caer en el monólogo…

Me dije: cálmate y escucha a Calidemides, mi historia no importa, es más interesante la suya, y me dispuse a oír sus palabrerías sobre quehaceres, hijos con mujeres diferentes, amistades en el DIR, viajes recientes… Akira Kurosawa decía que cuando realizaba una película se preguntaba cómo la haría si fuera muda, cómo economizaría el diálogo, porque es fastidioso explicarlo todo, y, a continuación, reducía el diálogo al mínimo, pero, al menos, sus personajes cinematográficos dialogaban. No fue nuestro caso. 

Calidemides me habló también de los conocimientos y de las habilidades de un buen anestesista: como  conocer disciplinas diversas (biología, anatomía, fisiología, farmacología, física, química…); usar gases y complejos equipos electrónicos e informáticos; saber trabajar en equipo en el quirófano; ser comunicativo, resolutivo, sensible con los pacientes; proceder con calma bajo presión en situaciones angustiantes… Se quejó luego de las rivalidades que asoman en los fríos quirófanos entre algunos cirujanos, que lo único que saben es operar, y los anestesistas multidisciplinarios, como Calidemides. 

Mientras le escuchaba con la mirada perdida entre su cara y el fondo de mi taza vacía, recordé cuatro máximas  que leí en La selva del lenguaje, del filósofo José Antonio Marina, que pueden ser muy útiles cuando te encuentras con amigos, familiares o en el trabajo e inicias un diálogo. 

La primera  máxima es «decir lo necesario en cada momento» (principio de cantidad), porque siempre hay alguna persona que no tiene freno y habla sin parar. La segunda es «procurar que lo que se diga tenga que ver con lo que se está hablando» (principio de relevancia), ya que siempre hay alguien que se va por las ramas y te hace perder el hilo de la conversación. La tercera máxima: «afirmar lo que estamos seguros de aseverar» (principio de calidad), porque siempre hay alguna persona que habla de sus manías, de oídas, de lo que ha escuchado en las tertulias, sin contrastar. Y la cuarta máxima es «evitar la ambigüedad, la complejidad y la desorganización de lo que se dice» (principio del modo): porque siempre hay alguien con el mapa mental complejo, ambiguo o desorganizado.  

Un diálogo debería ser una cooperación comunicativa construida por lo menos sobre estos cuatro principios: cantidad, calidad, relevancia y modo.  En el encuentro con el anestesista Calidemides no hubo principios, sólo comunicados, y me fui con la sensación de que no estuve en la silla de una cafetería, sino tumbado en la mesa de operaciones de un quirófano, sin cirujano, por suerte…, para mí y para Calidemides.  

Calidemides.- ¿Por qué te ríes, Zenofantes? No deberías burlarte de un amigo.
Zenofantes.- Porque te ha ocurrido algo muy divertido, Calidemides.
                                                                            (Luciano, Diálogos de los muertos)