El amor más duro de pelar (cuento gótico)

Perplejos en la ciudad

 

Ocurrió en la barra de un bar. Se acercó a mí y se sentó en un taburete, a mi lado. Me dijo que necesitaba hablar conmigo, que era urgente: “Sí, por favor, es verdad que no nos conocemos de nada, pero justo por eso, porque somos dos desconocidos, le suplico que me deje contarle una historia de amor”. Sonreí, sorprendido, y le dije que sí, que podía contarme lo que quisiera. Hubo un largo silencio, bebió un gin-tónic, me dio una palmadita en la pierna y comenzó el relato de su historia.

“Ella estaba a su lado, de cuerpo presente. ¿Por qué se dice de cuerpo presente, cuando éste, el cuerpo, ya no está para nada presente, sino absolutamente ausente…?

Ella estaba a su lado, pues, de cuerpo ausente, muerta. Mientras tanto él, con la muerte a su lado, con la muerta dentro del alma, no podía evitar imaginar otro cuerpo, el cuerpo desnudo de una enfermera que acababa de salir de la habitación del hospital. El maldito deseo otra vez, atormentándole, con la muerte al lado, con la muerta dentro. Deseaba, era él quien sobrevivía, de cuerpo presente, al lado de la muerta.

Roza una vez más la piel fría y sale de la habitación, con la muerta dentro, cuyos restos arrastra por el corredor del hospital. Un dolor de muerte le hace tropezar, le va matando mientras busca el cuerpo de la enfermera del hospital.

Anatema, perversión fúnebre. ¡Crápula, Drácula,  peor que Drácula!, exclamarían las familias. Hoguera para el pecador, lapidación, ¡hombre lobo, más que lobo!, condenarían los vecinos. Pero, ¿qué saben ellos de este amor?, pensaba él. ¿Qué saben del amor? El amor es aquello vivo que se lleva dentro aunque estés muerto, que está presente donde no se puede ver. Él quiere ser la muerta, su muerte, quiere vivir con la muerta al lado. Pero desea otros cuerpos aunque lleve a la muerta dentro.

Deseando, con la muerta en la habitación y dentro de él, alimenta a la muerta, le ofrece restos de comida, trozos de vida, le da a comer corazón y entrañas, y bebe su sangre, para que viva más tiempo dentro de él, aunque muerta, con el cuerpo ausente. Se entrega a la muerte, a la muerta. Quiere que le devore por dentro el resto de su vida, aunque el deseo lo domine por fuera e imagine pieles desnudas de enfermeras en el infierno del hospital. Cualquier otro cuerpo puede hacer de médium, cualquier otro cuerpo, no importa la edad ni la belleza, cualquiera que le permita vivir, medio muerto, para seguir dando de comer despojos, entrañas y sangre, a la muerta que lleva dentro. Así hasta el final. Hasta la muerte definitiva de ambos, ella doblemente muerta en la muerte de él.

Has muerto, estás muerta, eres una muerta, y desde la vida  muerta, pienso en ti, en tu vida muerta, y hago el amor con una desconocida, que hace el amor con un muerto, con mi muerte. Una desconocida hace el amor conmigo y contigo, pero sin verte. Ella no te siente. Somos dos muertos que sobreviven mediante el cuerpo de una desconocida, que ignora que te alimentamos, que te alimentas de mis entrañas, de mi sangre.

Vuelve a la habitación del amor muerto. Ella, la muerta, le sonríe, él le acaricia el rostro. Va al lavabo y hace el amor con la enfermera. La muerta le llama, repite su nombre y dice que le gusta hacer el amor con él, allí, en el lavabo, con la luz apagada, con la enfermera y con ella, la muerta. La enfermera, la desconocida, mueve el cuerpo y los alimenta, los reanima. Los tres jadean, gimen, hay estertores de muerte en el lavabo y en la habitación. Él eyacula estrujando a  la enfermera, dando manotazos en la oscuridad, con la muerta al lado, desnuda y fría, a la que alimenta con sus despojos, con su sangre.”

Aquí acaba mi historia de amor, con la siguiente canción:

Hijos de puta, gracias por escucharme,

que no sabéis de  la muerte

más que los putos poemas

sobre la muerte,

que no son, aún, la muerte,

sino putos poemas.

(Nota: Al finalizar la narración, aquel desconocido saltó del taburete, me dio un abrazo y se fue corriendo, sin decir nada más. Creo que no volveremos a encontrarnos.)