La tenía a su lado, muy cerca, a unos pocos palmos de distancia. Lo acompañaba desde hacía meses, tanto en casa como en la calle, adondequiera que fuese allí estaba ella, flanqueándolo.
Si entraba en un bar y se dirigía a la barra, ella también entraba y se subía a uno de los taburetes. Él la invitaba y pedía una cerveza para cada uno. Ella, que no estaba acostumbrada a beber ni una cerveza, enseguida se animaba y hablaba más de la cuenta.
Entonces le pedía disculpas por lo del otro día, por haberse llevado a su novia. Por haber raptado de aquella manera, con tanta precipitación, a la novia muerta. Era así. Tomaba una cerveza y ya hablaba más de la cuenta, la muerte. Al final, salieron del bar tropezando el uno con la otra, él y la muerte. Ella se fue calle abajo, hacia el barrio del puerto. Él giró a la derecha por una esquina, y subió hacia la montaña, calle arriba.