Difunta fantasía

Semana de difuntos

Y esta es la fantasía que atribuyo a los difuntos: fenecer para cambiar del estado sólido a otro, no tanto gaseoso, como imperceptible. La vida perdida es lo de menos. Soñamos los futuros difuntos en convertirnos, al fin, en andrajos invisibles, para dejarnos llevar, deshilachados, por los altos vientos que el mundo de los vivos sobrevuela. Ahí me veo, deslizándome sobre las nunca vistas coníferas de Alaska, surcando cielos preñados de tifones, haciendo incursiones en las altas fogatas de las fábricas de carburos metálicos, o lamiendo velas, de tela marinera o de fuego sobre cera. No hay dolor, ni tiempo, ni cargas, solo una placidez que se desliza, una capacidad para la mezcolanza con los elementos, más allá del aire o el fuego, con las vetas, las aguas, las raíces y los pelos. Y siempre en compañía de otras almas despojadas de latidos, igual de despeinadas, igual de rotas, igual de felices que yo. Difunta me imagino más libre que en vida. Sin tasas de aeropuerto que asumir, sin ábaco de cabecera para contar los días de dosificado asueto laboral, sin temperaturas extremas, ni básculas, ni arañazos para el cuerpo. Difunta, pura fantasía, me veo.



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