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Durante un tiempo fui detective privado. Recuerdo un caso. Un alto ejecutivo engañaba a su marido con el hijo del dueño. Un dramón. En ese mundo de hombres.
La cosa era que, por mi aspecto y ademanes, no me permitían la entrada a ninguno de los escenarios, ni el acceso a los personajes. Pasé un año sin hacer nada. Me pagaban igual.
A mi cliente, La Empresa, le contaba mil historias inventadas, con elaboradas teorías estrafalarias. Tengo facilidad para eso.
Viajé por el mundo con alegría y disfruté plenamente de la vida. Me enamoré.
A veces, entre exóticos vapores, enviaba mi informe semanal impregnado de ideas difusas y simpáticas ocurrencias destiladas por la borrosa embriaguez de la mente.
Otras veces, eran sesudos análisis de mercadotecnia abstracta y estímulo financiero. Igualmente, ficticios.
¡Qué tiempos!
Ahora soy «Abuelita». Matriarca de mi clan. Les cuento a mis nietas las anécdotas graciosas de la lucha feminista. Se parten de risa, las muy jodidas. Son muy jóvenes. Aún no saben que su abuelo es el marido engañado por un alto ejecutivo. En aquel mundo de hombres. Son preciosas.
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