Esta ciudad podría tornarse un despoblado. Bastaría un deslizamiento apocalíptico de tierras, una sequía irresoluble o un accidente que pariera fuegos, sustancias tóxicas, explosiones y pavor. Es frágil la urbe, por muy asumida que tengamos su solidez, su trama y su asentada pátina humana, generada por sus pobladores. Un simple patógeno empecinado puede acabar con todos nosotros, apiñados entorno a una plaza mayor, a un centro vibrante lleno de ejemplos del sector terciario, a un área urbana funcional que ofrece trabajos por cuenta ajena. Y también un calor rampante y sostenido puede desecar el lago del parque histórico, acabar de rematar el río filiforme, con más arena que caudal, e incluso privarnos de toda la tan cacareada agua de la sierra. Pestes, aguas perdidas, economías rotas o renqueantes, plagas de animales más hambrientos que nosotros, incluso plagas de soledad, desánimo o tristeza, todo esto puede fácilmente acabar con la ciudad, con nosotros. Nacería, entonces, un nuevo despoblado. Enorme, comparado con Belchite, Finestres… No sé a dónde podríamos ir. Las diásporas no se planean, surgen. Imagino el vértigo. Nada está asegurado. Seguiré contando.
Más artículos de Mirinda Cristina
- Despoblados04-02-2025
- Entrar en calor22-01-2025
- Parusía16-12-2024
- Tarta erijo02-12-2024
- Alcances18-11-2024
- Bodegón otoñal16-10-2024
- Tejas27-09-2024
- De viaje14-05-2024
- El grito excluyente15-04-2024
Ver todos los artículos de Mirinda Cristina