Tres pollitos tiene mi tía
tiene mi tía
tiene mi tía
Uno le canta
otro le pía
y otro le toca
la sinfonía.
A mi abuela María la temíamos como a un nublado. Cuando mi madre nos anunciaba que vendría a casa a quedarse unos días nos echábamos a temblar, porque mi abuela, según entraba por la puerta y dejaba las bolsas, nos empezaba a mandar cosas:
—Tú, a recoger la alcoba, tú, a limpiar el polvo, y tú, ponte los zapatos que te vienes conmigo al mercado.
Se acabó bajar al patio a jugar a indios y americanos. Se acabó tirar agua por la venta, pintarnos la cara o construir casitas con las astillas de la carbonera.
—Abuela ¿qué hago?
—Tráeme los calcetines y la caja de los hilos.
—Abuela, ya he terminado.
—Pues llena el cubo y friega el pasillo.
—Abuela ¿podemos salir?
—Sentaos y poneos a hacer las cuentas.
Tres pollitos tiene mi tía
tiene mi tía
tiene mi tía
—Abuela, ¿qué vamos a cenar?
—Gallinejas.
Y todos a la cocina detrás de ella, para ver cómo las hacía.
Cuando nos acostábamos, mi abuela se quedaba un rato a oscuras en el comedor pidiendo a Dios por nosotros, en voz bajita.
Uno le canta
otro le pía
y otro le toca la sinfonía.