Descubrimiento

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A los nueve años pisé por primera vez una necrópolis, enterraron a mi padre en el nicho 1492; mientras miraba como introducían el féretro escuché decir —no recuerdo quien lo dijo— que el número era el mismo que el del descubrimiento.  

Al cabo de unos años vi ese número otra vez en un libro de historia y descubrí que en 1492 Cristóbal Colón llegó a un nuevo mundo; luego supe de la fiebre colonizadora, de los indígenas de distintas razas y culturas, de la unidad religiosa e idiomática, de los tributos, de la esclavitud, del desastre epidemiológico de conquistadores y vencidos, de la muerte.  

La curiosidad por ese número familiar e histórico me llevó a interesarme por la filmoteca sobre el descubrimiento y con el paso de los años vi películas como Alba de América (1951), de Juan de Orduña; La araucana (1971), de Julio Coll; El dorado (1988), de Carlos Saura; Cabeza de Vaca (1991), de Nicolás de Echevarría; 1492: la conquista del paraíso (1992), de Ridley Scott; La otra conquista (1998), de Salvador Carrasco; y También la lluvia (2010), de Icíar Bollaín. 

De todas esas películas, Cabeza de Vaca de Nicolás Echevarría es probablemente la que sintetiza mejor la incomprensión del europeo ante el descubrimiento de América. Sin ser una propuesta histórica rigurosa, el cineasta logró una película con una visión plástica de proporciones épicas, las actuaciones de los personajes, las imágenes, la música, los sonidos y los movimientos de la cámara, todo contribuyó a conformar un film inquietante y enigmático, un poema lírico y visual sobre el encuentro de los europeos con América y la Conquista.    

La película También la lluvia de Icíar Bollaín, realizada ya en el siglo XXI, es la más moderna y original al unir el presente con el pasado, o a la inversa; es un film meta-cinematográfico al tratar el cine dentro del cine; es la historia de dos personajes de un equipo de grabación de origen español y mexicano que en el 2000 intentan grabar una película en la Cochabamba, en Bolivia, sobre la llegada de Cristóbal Colón a América en 1492. El film, de perfecta construcción, contiene una alta dosis de crítica de carácter político y medio ambiental al mostrar como las civilizaciones latinoamericanas fueron colonizadas, desvalorizadas y sometidas en el pasado y todavía en el presente en muchos sentidos. El rodaje de la película en la ficción queda truncado por la crisis del agua, por la resistencia que el pueblo indígena muestra ante la multinacional que quería adueñarse de los nacimientos de agua —de ahí el título—, como ocurrió en el pasado con las tierras, el oro y la plata. 

Desde También la lluvia no se han realizado más películas sobre el descubrimiento, sin embargo, proliferan los libros sobre la conquista de América, que ofrecen análisis interesantes para entender el pasado, como:  Juan Eslava, La conquista de América contada para escépticos (Planeta, 2019), Antonio Espinosa López, La invasión de América. Una lectura de la conquista hispana de América (Arpa, 2022) o Inger Enkvist y Vicente Ribes Iborra, La conquista de América (Cátedra, 2021).

Con el paso de los años, una de las cosas que aprendes sobre el descubrimiento es que, para aproximarse a aquellos hechos históricos desde nuestro tiempo, lo más acertado es seguir el consejo de la historiadora Bethany Aram, autora de Leyenda negra y leyendas doradas en la Conquista de América (Marcial Pons Ediciones de Historia, 2008), quien recomienda que se estudie a los conquistadores y que se analicen los acontecimientos que protagonizaron, en lugar de elogiarlos o de condenarlos.  

Como dice el proverbio, los años son escobas que nos van barriendo hacia la fosa; cuando mi madre cumplió setenta años el abogado le aconsejó que pusiera de titular del nicho al hijo más joven. Ahora el 1492 va a mi nombre y pago los tributos funerarios. Por motivos familiares, pero también históricos y cinematográficos, el 1492 lo tengo asociado con la muerte; como escribió George Eliot: «nuestros muertos nunca están muertos para nosotros, hasta que los hayamos olvidado».