Gran parte de la poesía romántica se ha escrito bajo el efecto del sollozo individual del poeta o del artista. El individualismo es una característica del artista romántico.
Con letras románticas, Gustave Courbet, uno de los padres del realismo, en una carta dirigida a su amigo del alma, Baudelaire, le decía:
No puedo enseñar mi arte ni el arte de ninguna escuela, ya que niego que tal arte pueda enseñarse; el arte es completamente individual, y el talento de cada artista no es sino el resultado de su propia inspiración.
Estas palabras ponen de manifiesto la importancia del individualismo exacerbado que fundamentaba la estética romántica.
Al artista romántico, ahora ya no le basta contemplar la naturaleza plácida. Ahora suspira ante un paisaje abrupto o ante las calles sucias o malolientes de la ciudad industrial de la segunda mitad del siglo XIX, allí concentra la totalidad de la producción artística.
El individualismo romántico quiere expresar la dicotomía entre lo rural y lo urbano. Las obras producidas expresan una mímesis naturalista paradójica y muy exacerbada.
El realismo doliente y el simbolismo alienante se consolidan y esto, al fin, como un post coitus triste, acaba conduciéndonos con tristeza hasta el modernismo de la curva y de la contracurva.
Courbet es la paradoja más visible del realismo mientras Schopenhauer se erige como el pedagogo de la sensibilidad burguesa.
Con el pesimismo profundo del filósofo alemán y con el realismo de Courbet avanza el individualismo, hasta su llegar al suspiro del último romántico, cuando el expresionismo gritaba, y más tarde, después de los esfuerzos racionalistas del Movimiento Moderno, cuando parecía que la ciencia presentaba un sistema de ecuaciones capaz de enunciar la dimensión del caos parece que surge un panorama de sentimientos ñoños y enlagrimados. Lágrimas de cebolla, de cocodrilo o de programa televisivo ramplón.
Después de este nuevo “cebollismo” nos preguntamos si la creación artística vive un nuevo romanticismo.