Dedo democrático

La vida fácil


No hace ni dos días que estoy reponiéndome de una leve crisis de ansiedad. Il dottore me ha recomendado que lo deje pasar, pero no puedo más, y qué menos que compartirlo con ustedes, carissime amiche. Todo empezó en una lúgubre mañana de octubre, abrumada en mi madriguera de depresión, una nube de mugre que cubre il cuore. Las cosas con el servicio estaban tensas, el tiempo frío había arribado demasiado pronto en la Toscana y no acababa de recuperarme de la última decepción amorosa. Lino se llamaba; aún me estremezco de solo mencionar su nombre. Mi único deseo era permanecer encerrada en aquella habitación de Villa Maionese

Me había dejado por la secretaria del Presidente de la Toscana. ¡El muy ingrato! Él, que sabía perfectamente quién había movido los hilos para su cargo de consigliere del Presidente de la Región, uno de los veintisiete recomendados al margen de méritos y aptitudes. Puesto a dedo para mí. Y así me lo pagaba il stronzo

Ma «amore con amore si paga»: conque Pasqualino siempre quiso medrar en las cosas de la política… ¡Qué orgullo aparentaba «sirviendo a la democracia, Hilaria»! ¡Canalla! Una semana después de aquella lúgubre mañana de octubre sentí que había reunido fuerzas suficientes. Llamé al teléfono personal del Presidente Vannucci y le propuse un trato: «Pietro, siempre tendré a Lino en mi corazón. Por eso quiero lo mejor para él, y sé que es lo mejor para todos. Realmente, a él no le importa el dinero, Lino quiere ofrecerse a los demás, como un ejemplar servidor público. Sí, estoy segura de que lo aceptará».

Meses después recibo la llamada de Lino: «Así que fue idea tuya. Debí imaginarlo. Hilaria, no esperaba esto de ti. ¿Cómo el despecho pudo llevarte a odiarme así? Al principio me sentí agasajado con el nombramiento honorífico de Embajador contra la Pobreza en la Región de la Toscana, mas, con el paso de los meses, viendo que mi nómina no llegaba, hablé directamente con el Presidente (no sé si sabes que Claudia y yo lo dejamos). Y ¡cuál fue mi sorpresa cuando el señor Vannucci me expresó su decepción, pues confiaba en que yo fuera un representante digno para el pueblo!».

Mi fiel Salvatore ya se ocupa de mantener alejado a Lino, y poco a poco lo voy olvidando. Ahora que se lo he contado, carissime amiche, me siento mejor. He actuado siguiendo esa divertida frase: «Se io mi metto la camicia di lino, poi Lino che si mette?» («si me pongo una camisa de lino, ¿qué se pone Lino?»).