Desde la simbólica atalaya del ático en el que vivo puedo observar a la vecindad y escribir sobre ellos. Yo no importo en esta crónica de personajes, aunque, seguro, yo también soy un personaje para otra gente. Para Ismael, por ejemplo, ese vecino que lleva años escribiendo en directo y sin metáforas sobre su propia vida, sobre su entorno y sobre sus experiencias.
Desde que llegué aquí, vine con el propósito de crear una especie de fábula sobre la condición humana, por muy pequeñita que fuese, y la realidad me la puso enfrente, de golpe y llena de aristas y complejidades.
Recuerdo un breve fragmento de una filmación que vi en un documental que emitieron en la televisión. En ella mostraban imágenes de una gran manifestación de hippies que protestaban, creo, contra la Guerra del Vietnam y abogaban por un mundo lleno de paz y de amor. En dicha secuencia pude fijarme en un individuo que llevaba una cámara de fotos con la que parecía estar haciendo, para él, un inmortal retrato del momento que estaba viviendo. Se movía con aspecto de urgencia, quizás con ansiedad por los tantos estímulos visuales que le rodeaban, cruzando entre unos y otras manifestantes, entre aquellas y aquellos que lanzaban cánticos, chillaban protestas, se divertían, se besaban, bailaban, soñaban…
Me di cuenta entonces de que las imágenes capturadas por ese hombre con su cámara, aunque desconocidas para casi todo el mundo, podrían ser tanta historia como la de los grandes acontecimientos, esos que copan los libros que relatan nuestros pretéritos.
O habrían sido historia si alguna vez se hubieran hecho públicas y –es un suponer– no hubieran permanecido guardadas en una caja durante décadas y –también es una conjetura– tiradas a la basura por los herederos de ese anónimo fotógrafo tras su fallecimiento.
No sé si ese individuo que hacía las fotos era periodista o un aficionado anónimo emocionado con la vivencia; no sé si hizo esas fotos para sí mismo, como un recuerdo del momento o si pretendió mostrarlas o, incluso, venderlas a algún medio de comunicación; no sé siquiera si las fotos salieron bien o se le estropeó la película y nunca pudo ver plasmado en papel lo que sus ojos estaban tratando de fijar en su memoria.
Como él, seguramente, muchos otros y otras hicieron fotos. En ese evento y en infinidad de otras situaciones que la vida de la gente, del mundo entero, provoca, disfruta, sufre y vive constante e inevitablemente.
Pensé que en esas imágenes, en todas las capturadas por todos los fotógrafos anónimos del mundo, se describiría, como si de una imposible filigrana se tratase, la verdadera historia reciente de los seres humanos. Al menos, desde que existen los medios para poder plasmar el tiempo y congelarlo de manera permanente, como antes hicieron pintores, poetas, escritores y otros cronistas.
Me propuse entonces dibujar con palabras la personalidad de aquellos que tenía cerca y, aprovechando que acababa de alquilar este ático destartalado y, con ello, estaba comenzando una especie de nueva etapa en mi vida, decidí fijarme en mis vecinos para retratarlos sin que ellos lo supieran. Tal y como vi que hacía ese fotógrafo anónimo que, sin preguntar, tomaba imágenes de cuanto llamaba su atención en aquella multitudinaria manifestación hippie.
Años antes de ponerme a esa tarea, tuve la oportunidad de conocer a una niña de siete años, Julieta, que, durante las fiestas de un pueblo por el que pasé, me contó que su mayor afán era convertirse en amiga de todas las personas de la localidad. Que no eran pocas, y ya fueran jóvenes como ella, mayores como yo o ancianas, se relacionaba con todas de igual a igual. Y parece que le faltaba poco para conseguir su propósito, a tenor de lo popular que era la chiquilla.
Ambas sensaciones, la del fotógrafo anónimo y la de la niña Julieta, me animaron a retratar someramente a esta vecindad que ha sido mi compañía durante casi un año.
Ahora toca marcharse. Llegaré a otro lugar y me encontraré con otras gentes. Quizás repita la experiencia, quizás dedique mis atenciones a otros menesteres. Al menos, estos que aquí han quedado esbozados forman ya parte de la más pequeña historia, esa que completa la gran historia.
Ilustración del autor. Dibujo sobre papel de caca de elefante.