Covid: propaganda y mito

La rana dorada



The irony of the past two years is that public health could’ve done absolutely nothing
and still pretend theys saved millions of lives and no one would have known or cared. 

Michael P. Senger


El mito, si no deviene doctrina rígida y con ello se asimila a la propaganda o al dogma sectario, amplía los límites de la comprensión en un mundo gregario y ciego, teledirigido por los medios de comunicación masivos e Internet; un mundo empobrecido, regido por los lugares comunes de un periodismo cada vez más oficial, y por ello involucionado, con el concurso, nada casual, de una Academia convertida en ensamblaje de burocracias politizadas, entregadas a la legitimación ideológica de un orden tecnocrático y corporativo. Orden que no duda en utilizar retóricas procedentes de los totalitarismos izquierdistas que sembraron, y siembran, el mundo con millones de cadáveres desde 1917. La similitud durante la crisis de la COVID de nuestras sociedades democráticas con las democracias populares posteriores a la Segunda Guerra Mundial, o con el nacionalsocialismo alemán, resulta más que significativa.

El horizonte futuro, ya a la vista y predicado públicamente en Davos, se asemeja demasiado a las distopías imaginadas en el siglo XX como para permanecer indiferentes a su decurso. Nos encontramos ya bajo el dominio nada suave de un totalitarismo de nuevo cuño. 

Es turbadora no sólo la desorientación colectiva, sin duda buscada y provocada, sino también la falta de recursos intelectuales y coraje de sectores presuntamente críticos y con formación cultural. La supuesta conspiración de las élites coincide con una acelerada decadencia cognitiva y estética; la devastación de los entornos simbólicos, que fuera precedida por la hostilidad hacia las religiones y en general a todo lo que pudiera entenderse como sobrenatural y tradicional, por los patrocinadores de las revoluciones francesa, rusa y china, junto con los desarrollos tecnológicos y urbanísticos auspiciados por el capitalismo liberal y la socialdemocracia, cuyos efectos a través de la vida cotidiana de las grandes ciudades no han hecho otra cosa que acelerar las peores tendencias disruptivas de lo humano, explican sin duda el creciente malestar individual y colectivo.

El Estado Terapéutico, ejecutor privilegiado básico (junto con los ejércitos) del biopoder, trata de filtrar y transmutar la angustia y depresión generalizadas desde posiciones cientificistas absolutamente grotescas. Posiciones que devienen monstruosas desde las prácticas que recomiendan como “solución” a todo tipo de problemas, provocados en gran medida por su propia dinámica intrusiva. No resulta extraño pues que se proponga ya descarnadamente la conversión a la mente enjambre, mediante recursos tecnológicos de corte protésico, de las inteligencias individuales y que el ciudadano deje de ser visto como persona portadora de derechos inalienables para devenir riesgo de bioseguridad y enemigo potencial del bien común. 

Para salvar la Tierra del calentamiento global, o “salvar vidas” por la “pandemia”, el ser humano concreto debe ser vigilado, confinado y, si fuera preciso, muy posiblemente erradicado. Un estado de excepción permanente va instalándose como mecánica de gobierno, la influencia directa comunista china resulta evidente. Así pues, no resulta extraña su similitud con los regímenes revolucionarios comunistas y fascistas del siglo XX, desarrollados, en gran medida, más que por el despliegue de “fuerzas históricas necesarias”, por intrigas discretas y/o clandestinas de destacadas asociaciones de financieros, industriales y estadistas de países mal calificados como democráticos.

Propaganda is effective because no one thinks it affects them.

Michael P. Senger