Confinados

M de Mirinda

 

La sangre caliente nos conmina a perseguir un fin, o varios: uno principal y algunos otros complementarios, alternativos, sucesivos, deleznables… para diversificar el contenido de la cesta.

Mantener, incólume y fresco, el huevo del subsistir puede ser fin suficiente, pero el animal anhelante que somos, al que le damos el pecho cada dos horas, cada vez que brama, suele aspirar a más y se desboca, se desfoga con el ansia de perseguir afectos, pedestales, medallas, fusiones, aniversarios, estipendios, éxtasis, azúcares, riesgos, atenciones, dolor, privilegios, ganancias, ostracismo o pura destrucción.

El fin no está en el horizonte, delante, como una liebre que el galgo persigue en su eficaz carrera lineal. Cualquier fin, y los eventuales fines accesorios, nos rodea, nos circunda, forma un vallado, un cerco cercano que, sí, se mueve con nosotros, pero que en su ámbito de poder nos circunscribe. Los ambiciosos altos fines nos confinan, es decir, nos definen. Somos esferas que ruedan ensimismadas.

Congéneres hay que traen un fin, superior a la mera existencia, inoculado desde la cuna, y es la vocación, y es el claro cometido cuya mera persecución satisface con espesor de manteca, con fulgor de canela picante y oro rojo. Otros han de seleccionar fines, no siempre a ellos afines, en el catálogo que se puedan permitir: el catálogo, de acceso censitario, de los fines loables, razonables, aceptables y aceptados, los que exudan respetable satisfacción; o los catálogos, infinitos estos, de los fines aleatorios, difusos, insensatos, delictivos, plagiados, impuestos, descabezados, artísticos, volátiles y oportunistas.

La óptima selección de fines requiere técnica. La persecución de los destinos electos, también, así como talento para aprender y voluntad para usar lo asimilado.

No se elige el fin en ocasiones. Impuesto llega, como un sello en la carne, azulado e indeleble. Otras veces ningún fin prende en la piel y la inconstancia genera urticarias en la celda rodante que nos lleva, sin timón, hacia el vacío.

Por fortuna, tejer cadenetas de fines es posible, descolgarnos de una liana deseada a otra se acepta, enlazar un logro con el inicio de una nueva cruzada está permitido. Un fin infantil desemboca en uno adolescente, éste, a su vez, conduce a fines de adulto, con bigote o con caderas. Y si un fin serio se desbarata puede acabar llevándonos a perseguir fines ridículos, sucedáneos o de poca monta, pero relacionados con los flecos del fin modélico y fetén que perdimos de vista en la niebla del no pudo ser, del te tembló el pulso, del 4 sobre 10, de lo importante es intentarlo, de la próxima vez elige algo que no esté por encima de tus posibilidades, por encima de tu zona de confinamiento labrado, otorgado, heredado… No hay fin que por fin no venga.

Somos células, aún palpitantes en este complejo caldo, gracias a que contamos con la membrana delimitadora, la frontera que nos confina: el fin por el que nos desvivimos en cada momento, hoja caduca constantemente perenne. Y solo así, confinados, se avanza.


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