Hojeo el segundo libro de Jules Evans y me dejo sorprender por su deriva hacia el caos. Si no abandonas el control racional —viene a decir en El arte de perder el control (2018)— estás olvidando buena parte de lo que ofrece la vida. Te dejas mucho en el tintero, estás perdiendo otra oportunidad.
Lo curioso es que Evans se manifestó partidario de la doctrina estoica en su anterior best-seller, publicado en diecinueve países, y leído por cientos de miles de personas que buscaban una guía sensata para el mundo de hoy. En su Filosofía para la vida y otras situaciones peligrosas (2013), Evans se sirvió de los filósofos griegos para defender la racionalidad y la virtud a toda costa, y orientar a tanto desorientado como hay junto a los anaqueles de autoayuda. El propio Evans confiesa que explicó estoicismo en escuelas, cárceles, hospitales e incluso en los clubes de rugby, y que, durante años, vivió tal como se predicaba en la stoa. Incluso dice llevar tatuada en la piel la frase estrella del estoicismo: «soporta y renuncia». Amén.
Y ahora resulta que, tras tanta convicción y tanto tatuaje, Evans deriva hacia la inmoderación y nos recuerda que la racionalidad limita los goces de la vida. Quizá porque Evans investiga en el Center for the History of Emotions y le conviene perder el control de vez en cuando. Por lo visto, al profesor Evans no le satisfizo seguir el canon estoico, así que decidió probar la embriaguez, el amor romántico, los rituales religiosos, los mitos, la danza y las celebraciones de todo género, actividades que, según él, permiten superar el yo y fundirse con los otros a través de la experiencia extática. Así retrata él mismo sus intenciones:
Una de las funciones más importantes de la experiencia extática es conectar a través del amor a unas personas con otras. Así que, en la mitad de mi vida, he decidido ir más allá del estoicismo y salir en busca del éxtasis. Como pensador y profesor universitario introvertido, deseaba relajarme un poco y aprender a dejarme llevar. Buscaba una mayor conexión con los demás y también, quizá, con Dios… o al menos con alguna manera de trascender el yo. Así que a lo largo de los cuatro últimos años me he aventurado más allá de mi zona de confort.
Jules Evans dice haber practicado el amor tántrico, participado en ayunos y meditaciones vipassana y en celebraciones religiosas de todo género, viajado a festivales de rock, discutido con científicos psicodélicos y entrevistado a expertos en abandonar el ego y superar, de paso, la moral racional. Evans quería descubrir cómo evitar sentirse avergonzado cuando perdía el control. Y lo ha logrado. Ni siquiera siente vergüenza cambiando de chaqueta tras esta excursión por el festival del éxtasis.
Con su nuevo libro, Evans logra un nuevo best-seller que se venderá como churros. El título lo dice todo: perder el control con arte, esto es, sin pasarse y sin pasar por loco. Con las ganancias podría tatuarse con letras de oro el reverso de la cita estoica: «no renuncies a nada». O sea, ¡olvídate por una temporada del yo racional, autónomo, educado e industrioso que has sido!
En Evans encontrarán éxtasis para pijos. Aquí, el consejo popular.
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
– ¿Le fascinan las experiencias extáticas pero le aterra perder la razón? La receta es vieja: tómese un coñac, pero con hielo.
– ¿Le asusta que le laven el cerebro o caer en lo que Gustave Le Bon llamaba «la locura de las masas»? Tómese un segundo coñac, pero en casita. Evite el fútbol y las manifestaciones.
– En definitiva, ¿le preocupa perder el control sobre su vida, a pesar de sentir que su vida sometida a control no vale la pena? Haga lo de siempre: cuando le entre la ñoña tómese un tercer coñac y váyase a dormir. Mañana será otro día.