En su sitio. Colocadas. Situadas ahí donde no molestan. Hasta allí las conducen: bien afincadas, ya no se molestarán ni en molestar. Pero estar, están, aunque ya no en sus cabales, solo en el sitio que les han habilitado como suyo. Ya no vagan errantes; ya no están en la lucha, a merced de los bandazos azarosos; ya no son peonzas incontrolables; ya no se puede decir de ellas eso de que “no paran”. Ahora están paradas, y, ya puestas, paren. ¿Qué otra cosa puedes hacer cuando te ponen en tu sitio, cuando te han colocado y ahí te quedas?, pues parir, aunque sea parir paridas, que no son tales sino autosarcasmos (por no llorar), retruécanos (por no hacer puñetas) y otros subproductos del desconcierto, de la frustración de verse obligadas a comulgar con el mantra de que estar aquí es estar a salvo, de que dejarse llevar no es un infierno. Sin perder la plaza, quieta parada, pero con madera de vector inquieto, me salgo de mis casillas, produzco lo imprevisto, cuento mis desórdenes, descoloco al carcelero. Deslocalizada, progreso.