«Soy una cíborg, caminando cabizbaja,
con la pantalla amorosamente recogida en la palma de la mano,
mi rostro iluminado por su brillo.»
Roisin Kiberd, Desconexión
No hay escapatoria: somos ya materia viva y dispositivos electrónicos, somos carne digital, somos seres-pantalla. La pantalla forma parte de nuestras vidas, es adictiva, hipnótica y acaba distorsionando los pensamientos de muchos usuarios. Algunos internautas ya no saben dónde termina la tecnología windowing y dónde empieza su yo, pasan más tiempo con la tableta o el smartphone que con cualquier ser vivo de este mundo. Cada día hay más cíborgs que depositan sus emociones, recuerdos, opiniones e identidades en internet. El uso que se hace de internet y de las tecnologías windowing nos deja aturdidos por sus encantos y nos está transformando.
Roisin Kiberd, que ha trabajado como Community Manager para startups tecnológicas y es experta en subculturas de internet, explica, en Desconexión. Un viaje personal por internet (Alpha Decay, 2023), cómo llegó a convertirse en cíborg durante una etapa de su vida. Kiberd comienza el prólogo con esta confesión: «Soy la nueva carne. Vivo sometida a la tecnología y la tecnología forma parte de mí. He tomado esta expresión, ‘nueva carne’, de Videodrome, película de terror de David Cronenberg estrenada en 1983, porque describe perfectamente cómo me siento. En ella, la gente es transformada por los medios que consume. Las personas mutan, debatiéndose entre la euforia y el horror».
La experta en subculturas de internet nos recuerda que si antaño estar solo quería decir estar cerca de Dios, ahora estar solo significa estar cerca de internet, que nos arropa como una manta. Hoy la tecnología se alimenta de la soledad, por más que asegure ofrecernos una cura. Navegamos solos —una media de 6,5 horas al día sin la compañía de otros—enfrentados al capitalismo en su versión más íntima, dice Kiberd, mientras se nos anima a imprimir su cultura de la competición, la crueldad y un egoísmo maníaco en nuestras propias vidas.
Roisin Kiberd empezó a escribir este libro para entender su relación disfuncional con la tecnología y el lugar que esta ocupaba en su mundo: «Cuando me diagnosticaron un trastorno de personalidad, hace cuatro años, había confundido mis conductas con mi naturaleza. No son lo mismo. Mis conductas son una respuesta al estrés, o al miedo, o a situaciones que no puedo controlar. Quizá nuestras conductas en la red a lo largo de esta última década podrían definirse en términos parecidos; la eterna respuesta, la reacción instintiva de lucha o huida manifestándose detrás de un teclado (…) Creo que la vida online genera un pensamiento desequilibrado que se expresa en compulsión, paranoia y solipsismo».
En Desconexión, Roisin Kiberd describe y analiza el lado oscuro de la vida digital, las euforias y los horrores que ella vivió, y nos alerta de los riesgos de una excesiva interconexión y de la trampa en la que podemos quedar atrapados si nos volvemos adictos al scroll infinito o nos obsesiona la exposición narcisista en las redes sociales.
También nos advierte de que es peligroso dar por supuesto que la tecnología es neutra; que es peligroso no investigar a la gente que la construye (¿Mark Zuckerberg, Elon Musk, Pável Dúrov, Larry Page, Bill Gates, Jeff Bezos…?); que es peligroso, también, creer que el simple hecho de disponer de las herramientas para cambiar el mundo —las plataformas de las redes sociales— nos permitirá por sí solo construir un mundo mejor.
Desconexión es una colección de ensayos unidos entre sí para dar forma a un relato sobre el mundo digital; es un relato en estado puro, agudo y a la vez triste y divertido. El capítulo «Un dios soso: apuntes sobre Mark Zuckerberg» no tiene desperdicio por la caricatura literaria sobre el personaje como presagio del futuro; Kiberd se pregunta si Zuckerberg es un dios bondadoso, un genio o un aviso: «¿Es Moby Dick, un vacío blanco y galopante creado por el poder estadounidense? (“¿Será acaso —pregunta Melville— que la blancura ensombrece con su vaguedad el vacío, las despiadadas inmensidades del universo, y nos apuñala por la espalda con el pensamiento de la nada (…) tal vacuidad —muda a la vez y plena de significado— en un panorama nevado?”) ¿Cabe suponer que Zuckerberg no es blanco, sino “café con leche cósmico”, el tono último del universo?»
Kiberd también habla de Elon Musk en algunas páginas, pero le ha faltado escribir una caricatura más precisa o también una comparación con algún animal literario o mitológico marino (¿Kraken, Leviatán?) de ese personaje tan poderoso, el más rico del planeta, que a veces parece que ha perdido la cabeza con las cosas que dice. Desde que es el dueño de Twitter (X), ha suprimido los controles sobre las noticias falsas, su red es un tsunami de mensajes de odio, insultos, teorías de la conspiración… Si al final el mundo depende de las innovaciones y las manipulaciones de ese tipo de personajes, sin duda que vienen tiempos complicados al navegar o surfear por el mar infinito de informaciones. El horror.