A veces es más eficaz lo escueto

Casi lloré de emoción al ver esa escena en el cine

 

Hay un documental (Nostromo. El sueño imposible de David Lean, Pedro González Bermúdez, 2017) que se preocupa durante todo su metraje de hacernos ver la obsesión que llegó a suponer para el cineasta británico —él de por sí ya obsesivo en su perfeccionismo— rodar una película, de tan enorme presupuesto como todas las últimas suyas, basada en la novela de Joseph Conrad.

Vamos enterándonos de todo eso, sabiendo que no pudo culminar su deseo. Y, como siempre que se explica un proyecto abortado de estas características, te va creando una cierta tristeza por lo que pudo haber sido y nunca llegó a ser.

Pero, al margen de eso, hacia el final hace su aparición un personaje de peso, Robert Bolt, el dramaturgo y guionista que fue colaborador de Lean en Doctor Zhivago y Lawrence de Arabia. Lean lo va a buscar para que, substituyendo a Christopher Hapmton, le ayude en la adaptación del Nostromo de Conrad.

La decisión de Lean es valiente, porque Bolt había sufrido poco antes un derrame cerebral y sus secuelas eran realmente importantes. Casi ha tenido que volver a aprender a hablar y articula sus palabras con enorme dificultad.

Así las cosas, se produce el fallecimiento de David Lean. Su familia y conocidos le organizan un funeral en la catedral de Saint-Paul y llega el momento de los discursos. Sube a escena, renqueante, Bolt. Todo el auditorio de la catedral está expectante, pero sobre todo quienes lo conocen y saben de sus circunstancias. Con extremada dificultad y lentitud solamente dice una cosa:

Yo fui su amigo.

Supongo que, como todos los asistentes al acto, siento al saberlo un cierto escalofrío, que me hace anotar el tema por si se tercia a partir de ello un escrito en esta sección de La Charca. Este.