Cáscaras de verdad

Solo, por favor


Cierras el periódico porque el mundo te hizo así, por tus principios, que ni son tuyos ni son principios. El ventanal te conecta con el bullicio matinal en la calle del hotel; entras a formar parte de la ciudad. O eso crees. Si buscaras en tu interior, como dicen, no encontrarías más que oscuridad y niebla. No importa cuán dulce fuera la mermelada de la tostada si el café amargó tus sueños cada mañana. Años de insomnio y resquemor no son suficientes. Aunque nadie irá a por ti, envuelto como estás en esa pátina dorada de buenas maneras. Porque nadie sospecha; adelfas para el incauto. Si del cerdo se aprovechan hasta los andares, hay veneno en cada una de tus muecas. Como si lo vieras. Vencerás en cada encuentro, hallarás paz en cada arritmia que dejes por el camino y tus víctimas nunca sabrán de dónde les llovieron las hostias. Y así vas salpicando el periplo de tu existencia jornada a jornada, palmo a palmo. Mente brillante, ¿verdad? No, no es verdad. Nada de lo que haces es brillante. Ni brillas. Tus fulgores son espinas. Tu aroma emponzoña. ¿Cómo puedes seguir creyendo en ti?

La cúspide es un punto, amigo. No es ni antes ni después, sino un instante. La gloria es efímera y puedes perseguirla eternamente, pues puede que, incluso tú, ya la alcanzaras. Y lleves años en barrena.

La mañana de Grieg suena perenne en ese hilo musical que llevas en la cabeza. Como la Novena en la quijotera de Alex. Tu ultraviolencia es menos explícita, pero tan dañina o más que la que refleja Burgess; te sobra el capítulo veintiuno. No hay redención posible.

No obstante, mantente oculto entre la bruma del presente, la narcótica neblina que nubla las mentes de quienes solo aspiran a la farsa que llaman felicidad. No dispares bengalas, que se preocupen los demás de iluminarse; tan solo, aprovecha la oportunidad y deslízate con sigilo entre su jungla de ignorancia. Mantente al acecho, agazapado en la sombra eterna de sus prejuicios. Pues siempre juzgarán tus apariencias, pero jamás lo que realmente tramas. Eres lo que crees, maldito miserable.

Sí, es demasiado tarde para redimirte. Sí, fueron tus berrinches de niño malcriado los que te llevaron adonde estás. No, no culpes a la sociedad. Ni siquiera te culpes. Fuiste encadenando frustración tras frustración porque el mundo te hizo así (cómo te gusta echar tu basura a los demás una y otra vez), desde el principio, desde que el mundo es mundo, mucho antes de la sopa primigenia. Conténtate con esa explicación de mierda. Sigue actuando sin conmiseración y llegará un momento en que tú y el puñado de descerebrados que te adoran acabéis haciéndoos con la verdad. Vuestra verdad; esa chusca repetición de estímulos falsos con la que habéis logrado inundar los medios. Pero tú, sobre todo tú, eres lo que crees. Y contigo, una horda de mentiras que se clavan como dagas en el sufrido intelecto colectivo. Porque todo lo envuelves en esas cáscaras de libertad por las que clamas. Consciente de que son despojos que vas dejando a medida que inoculas tu material genético en nuestro organismo. Y es que nadie parasita como tú, ¡oh, generador de opinión!

A mí, déjame en paz. Déjame solo, por favor.