Este texto es un plagio. Letra a letra, coma a coma, de cientos de millones de páginas que antes quedaron escritas por otros. Quienes, a su vez, reordenaron billones de charlas habladas por otros, que extrajeron de trillones de pensamientos propios y ajenos, sobre ellos, sobre los demás, sobre el mundo, sobre el universo. Cuarks de letras, átomos de palabras, moléculas de frases, sustancia de vetes y diretes. No es un texto inimaginable, solo es un plagio, y de mala factura. Pero imagino que lo estás sacando de una botella que encuentras en la playa y sueño que contestarás proponiendo algo mejor.
Puede que contestes: «Querida persona desconocida, he leído su escrito (del que esto parece formar parte). Si aspira a reordenar las cosas para tener una visión completa del orbe con las aportaciones de anónimos como yo, le sugiero que lo haga por Internet, la red de redes que para sí hubiera querido Borges (desde una computadora y no desde ese lúgubre sótano donde alojó al Aleph). En cualquier caso, me aventuro a sugerirle lo siguiente: Intente destacar renglones con un significado comprensible, en los que el lector circule expectante, manteniendo el hilo, sin perderse en cada recodo del circunloquio; nada en una lectura es tan desagradable como retomar los palabras. Quizás le parezca una sugerencia trivial, quizás porque ya lo tiene en cuenta, pero, por si no había caído en ello, su primer párrafo resulta cargante. No entiendo el paralelismo que pretende hacer entre esos palabros científicos y las palabras, las letras y las frases. Carece de sentido su alusión a la sustancia (¿qué sustancia?, ¿la aristotélica?), cuando ni siquiera tiene forma lo que ha escrito. Mire, le animo a que vuelva a intentarlo, con otro orden —como dice usted—. Por mi parte, vuelvo a introducir este fragmento en la botella y procedo a echarlo de nuevo al mar. ¡Hala!».
O puede que seas tú: «No sé si soy la segunda persona que lee esto, pero soy la segunda en contestar. Sin ser una experta en literatura, intuyo que no estoy ante una obra magna, pero no me disgusta del todo. Sé de qué están hechos los sueños que se echan al mar: de sal, sal común sobre todo. No se lo tome a mal, de verdad. Sin empacharse, la sal realza el sabor, cualquier monstruo abisal aflora de su escondrijo, incluso el sabor inimaginable. Por eso creo haber entendido su misiva como un grito desde el aislamiento. Si vuelvo a echar este texto al mar y con suerte retorna a usted, podrá sacarme de mi error, si así lo estima. En cuanto a la forma, nada me atrevo a objetar; es usted muy suyo para conferir a su texto la forma que usted considere. Nos podrá gustar más o menos, pero solo faltaba que no se pudiera escribir como uno quisiera. Así que déjese influir si quiere, pero no se altere por juicios de desconocidos que solo buscan emponzoñar. Vuelve el texto a merced de las olas y de las corrientes marinas».
¡Ojalá retornara! Nunca lo sabré; debe de seguir viajando: «Efectivamente, sigue viajando. Como las palabras que se lleva el viento. Y, amigo, créame que es mejor. Si por un casual esto cayera en manos desaprensivas, más le valdría a usted no haber firmado esto. A ver, no es que me parezca atroz, no, de ninguna manera, sino que es arriesgado abandonarse a la suerte de hacerse público. ¿No lo ve usted así? Hace años que habito esta isla desierta, sin saber si hay Viernes, sábado, domingo o lunes. No me importa, solo sé que un día sucede a otro, que amanece soleado o lluvioso, que siempre tengo cocos y bananas, que hay días que no pesco lo suficiente, y que mantengo recuerdos que amoldan mis pensamientos a lo que el destino me depare. La vida en soledad tiene su aquel, y, si me lo permite, guarda mucha relación con lo que uno quiera, con todo lo que abarque su imaginación y su memoria. He de añadir que hacía tiempo que no me encontraba con algo para leer. Habría preferido un buen libro, pero confieso que esto me ha servido para reactivar mi capacidad de lectura (y de escritura), que creía ya desaparecida. Por todo ello, sinceramente, no me parece del todo mal su experimento. Así que voy a dejar que esto siga viajando, por si puede interesarle a alguien como a mí. Nunca se sabe».
Ante una probabilidad bajísima, el texto ha regresado a este humilde plagiario, que habría sido más feliz si la diosa Fortuna le hubiera concedido la eterna juventud, por ejemplo. Agradezco no obstante las aportaciones referidas; ni esperaba el retorno de la botella (creí que ya no se llevaba lo de los envases retornables) ni que alguien hiciera un comentario después de tantos años. Supongo que si de nuevo lo echo a rodar, el texto podrá agrandarse como una gran bola de nieve ladera abajo. Me pregunto si así logrará ser un enorme plagio. No lo sé. Si te llega, dímelo tú.
Hrundy V. Bakshy