Lo he leído hace algún tiempo y en algún periódico, pero no recuerdo en qué tiempo ni en qué periódico. Resulta que en un zoo chino un tigre siberiano fue devorado por cuatro hambrientos compañeros de cautiverio. La noticia es algo antigua, tanto como la carne de vacuno supuestamente acabado de sacrificar. En la misma edición, pero en las páginas de Economía, salía que los ganaderos anuncianciaban fuertes subidas de la carne. Me pregunto si la coincidencia de ambas noticias en una misma tirada, dado que la prensa capitalista siempre trabaja con segundas intenciones, constituye una velada incitación al canibalismo, lo cual me lleva a pensar en Jonathan Swift, autor de Los viajes de Gulliver, que en un célebre texto que intituló Una modesta proposición sugiere que los niños irlandeses pobres sean vendidos como carne para mejorar la dieta de los ricos y las finanzas de los menesterosos.
A cierta gente la sola idea le produce grima, pero tal vez no sea para tanto: los que trabajan en Atapuerca saben que la antropofagia es costumbre muy antigua, y todas las veces que ingerí carne humana lo hice con sumo placer. Acaso se haya debido a lo bien que venía condimentada, o quizá fuera porque los cocineros se habían formado en la escuela del emperador Bokassa, al que algunos neoliberales vendidos al oro de Wall Street le encuentran cierto parecido con Nicolás Maduro, o a la inversa.
Dicho sea de paso, la carne humana es rica en aminoácidos y otros nutrientes, quizá tan buena como la de tigre siberiano; mejor que la de cerdo. Y en plan de profundizar en el tema, traigo a colación que en los principios de la Unión Soviética no era raro que durante las hambrunas provocadas por la colectivización y el comunismo de guerra las madres se comieran a sus bebés. También hubo canibalismo en la debacle del ejército alemán después de Stalingrado: algunos soldaditos fueron amorosamente devorados por sus camaradas en medio de la nieve. Pero hay quien dice que la carne de los miembros de las SS era especialmente asquerosa.
Y ya que hablamos de antropofagia, no debemos olvidar los recurrentes episodios de canibalismo que se producen en el interior de las formaciones políticas, e incluso en las empresas. También en las empresas bancarias, aunque es más probable que, inspirados en el drama de Shakespeare, éstas prefieran cebarse en la carne de sus clientes en apuros.
Al parecer los cánidos son menos feroces que los felinos, es lo que se deduce del dicho que reza: «perro no come perro».
El diario me lo había traído a casa mi amigo Pascual Laufer, como lo hace cada vez que baja desde el pueblo. Aunque Laufer es un experimentado antropófago, no confío en él: temo que haya mandado imprimir exclusivamente para mí la página de los tigres y la de los ganaderos, pienso que lo hace para volverme loco, pues desde hace tiempo afirma que estoy paranoico. Casi seguro que también hizo imprimir la última página, en la que aparecen dos mujeres guapísimas y mediáticas que supuestamente «han salido del armario». Acaso espera que arrebatado por el deseo me haga lesbiana.