Benito es un hombre joven para los tiempos que corren; tendrá alrededor de los treinta y pocos. Su nombre no es de la época, ni tampoco de la que nació. De hecho, en su partida de nacimiento dice “Benet”, cosa de su madre.
El caso que es que este nombre le causó no pocos problemas. En clase le llamaban “Ben” y todos le decían que no sabía ni escribir su nombre, por lo de que Venancio suena igual. Con el tiempo Ben sonó a un diminutivo inglés y no le gustaba. Así que optó por Beni.
Parece que era un buen estudiante e hizo carrera; fue a la universidad y el empleo le fue fácil, su familia tenía buenos contactos.
Se gana bien la vida. Es un muchacho alto de cara rolliza, pero de complexión delgada. Luce un pelo relativamente corto y ondulado. Viste de traje, pero al estilo actual; no siempre lleva corbata y es entonces cuando deja un par de botones de la camisa sin abrochar.
Sale de vez en cuando con algún amigo. Sociable, lo que se dice sociable, no lo es demasiado. No se le conoce novia.
A día de hoy y desde hace un tiempo vive en un piso céntrico con terraza, bien situado. Es una propiedad de la familia.
Sea por que sea encontró una chica que cree que Beni es un buen partido, viven juntos y hacen una vida que a los dos les place. Cada uno por su lado y la chica siempre le tiene la casa aseada y la comida puesta. Son libres de hacer lo que gusten y no hay preguntas, ni sospechas. Al fin y al cabo, se acuestan juntos, se tome como se tome el sentido de la frase.
La mamá de Benito le reprocha que no se casen, que no hayan todavía encargado un bebé, que tienen que tomar decisiones, que si esto y que aquello.
Benet, que así lo llama su madre, la mira en silencio y le dice: Mamá… y deja la frase en suspenso, sin pronunciar ninguna otra palabra.
El viernes pasado, al atardecer, llamaron a la puerta, Beni fue hacia el vestíbulo y abrió. Atónito vio a su madre con un carrito porta maletas que con determinación le decía:
—Venga Benet, haz las maletas que nos vamos para casa. El piso está vendido y tú te vienes conmigo. A ver si aprendes cómo se debe vivir.
Y dirigiéndose a ella:
—Meyli, tú tienes hasta mañana a las siete en punto para recoger tus trastos y largarte.
Ni Benito ni Meyli objetaron nada. Sus miradas reflejaban “mí no entender” pero obedecieron. Al rato, Beni salía con sus pertenencias personales en el portamaletas que había traído su mamá.
Los tiempos cambian, aunque no siempre sea para bien.