Apunte vulgar

La termita y la palabra


Los lectores sabemos que no mata igual un cuchillo que una daga, un puñal que una catana, un gramo de arsénico que una pistola.

Los lectores sabemos que no lacera del mismo modo un beso en la boca que uno en la mejilla, que olvida diferente un joven corrupto que un sabio con alzhéimer, que un náufrago en Trieste conoce más abismos que uno en Barcelona.

Que no hay palabras univitelinas por más que percutan como dos gotas de agua. Que basta con quitarles la camiseta para captar su matemática: «dos conceptos gemelos pueden parecer sinónimos: nunca intercambiables».

Esta mañana, de camino al neurólogo, me he entretenido escuchando la radio, como de costumbre. En mitad del programa, por lo demás «sosete» (no habiendo al parecer, otras noticias que dar) han comentado esa falacia virtual que llaman EGM (estudio general de medios) y en tono onanista (qué esperar) se han vanagloriado por tener, cito, tantos «oyentes». Supongo que «tener oyentes» es motivo de alegría para un locutor. No lo sé. Lo desconozco por completo.

Sea como fuere (los temas se entrelazan como esporas en la sangre) me ha venido a las mientes un bellísimo libro de don Pedro Salinas: El defensor. El poeta madrileño (fino como siempre, como siempre sutil) fija la diferencia entre «leedor» y «lector» sabedor como pocos qué significa «lectar» y qué «leer». Una portentosa maravilla.

Ignoro qué sabe un locutor de radio de Pedro Salinas, pero algo debe saber (me temo) acerca de las palabras. Si yo fuese él, ella (la voz que da vida al micrófono, a Salinas, al azar) me ofendería tener «oyentes» y no «escuchantes». Si yo fuese él, ella, el corazón batiente al otro lado de la cabina en emisión, cambiaría cien mil oyentes por un solo escuchador. Basta con ser lector o tener catorce años para saber que no mata igual un puñal que una daga, un beso en la boca que uno en la mejilla.

Los profesores, también lo saben. No es lo mismo ofrecer una clase (las clases —Lledó dixit— se ofrecen, no se imparten) a equis escuchantes que a un grumo de oyentes.

Los oyentes son besos en la mejilla; los escuchantes… qué sé yo.

Últimamente me he enganchado a un programa nocturno («El faro») me ayuda a bordear la costa del dolor. Si fuese oyente chocaría contra el insomnio, no vería su luz.


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