Apellidos con destino

Lengua de lagartija

¿Existen nombres o apellidos que actúan como un fatum inexorable y determinan la vida de quienes los ostentan? Empecé a sospecharlo a temprana edad, y fue en Buenos Aires. Recuerdo que cada mañana, cuando iba al Instituto, que allí se decía simplemente colegio, veía por la ventanilla del autobús el letrero de un establecimiento comercial: “Hermes Fuertes, cajas de caudales, puertas blindadas, cerraduras de seguridad”. Me pregunté entonces si don Hermes Fuertes se habría dedicado al negocio de los blindajes para honrar el apellido o habría sido a la inversa. Volvió a escocerme la intriga cuando en el viaje de vuelta, en la misma línea de autobús, descubrí una tienda con el siguiente rótulo: “Matías Frankenstein, artículos de ortopedia”.

La cosa no pasó a mayores hasta que unos meses más tarde, a raíz de mi anómala conducta y las malas notas escolares, mi familia descubrió que era retrasado mental. Para determinar mi grado de atraso y con la esperanza de poder paliarlo, aunque sólo fuera en parte, me llevaron a un psiquiatra de quien no recuerdo el nombre, pero sí su apellido: Cerebrinsky. Sí, señoras y señores, el psiquiatra se apellidaba Cerebrinsky. Esto que les refiero ocurrió más o menos a mediados del siglo pasado, así que no podría asegurar que el buen doctor esté todavía vivo, pero hay actualmente un psicoterapeuta que responde a las señas de H. Cerebrinsky, y no sé si será pariente del que se ocupaba de mi cabeza. También hay otro psicólogo, autor del libro Bases para una psicoterapia cultural (Edit. Eudeba, 1966), que se llama Bernardo Serebrinsky, con “ese”, no con “ce”. Y con el apellido Serebrinsky hay otro que no es psicólogo ni psiquiatra, pero tampoco atrasado mental, como decían que lo era yo. Se llama Santiago, y debe de ser muy cerebral: fue profesor auxiliar en el Departamento de Física de la Universidad de Buenos Aires. Si no me creen, señoras y señores, vayan y miren en Internet (buscador Geoogle), verán que no miento.

La relación entre los apellidos y la mente humana no para allí. Hubo en Argentina un famoso neurocirujano apellidado Matera. Ustedes se preguntarán qué tiene que ver dicho apellido con la sesera. Pues bien, sepan que, en Argentina, en lenguaje coloquial, a la cabeza suele llamársela mate. Sí, mate, igual que en España se la llama coco.

Apellidos italianos en Argentina: si bien se ocupaba de mi cabeza el doctor Cerebrinsky, cuando tenía problemas dentales iba a un odontólogo de apellido Dentini. Pero una de las últimas veces que visité Buenos Aires no encontré al doctor Dentini. Pedí a un amigo que me recomendara otro profesional y éste me nombró uno, advirtiéndome que era bueno pero muy caro. ¡Vaya si lo era! A la hora de abonarle casi sufro un patatús. ¿Hace falta señalar que se apellidaba Paganini?

Pero mi colección de apellidos predestinantes no se circunscribe a Argentina. ¿Saben ustedes que, en Sao Paulo, Brasil, hay al menos un panadero catalán de apellido Forn y en Santiago de Chile otro catalán, carpintero, que se apellida Fuster? Y ahora volvamos a España, donde uno de mis primeros amigos se apellidaba Céspedes, de profesión jardinero. ¿Puede asombrar que el apellido de una familia de banqueros poderosos, que han absorbido otros bancos apenas un poco menos poderosos, sea Botín? Pero dejemos la banca y regresemos a la medicina. ¿Saben cuál es el segundo apellido de uno de los más importantes cardiólogos españoles?: Cardiel. Sí, me refiero al doctor Enrique Asín Cardiel, jefe del Servicio de Cardiología en el Hospital Ramón y Cajal, de Madrid.

Y a continuación, dejemos la cardiología, la banca, las cajas blindadas, la ortopedia, la odontología, la psiquiatría y las psicopatologías y arrimémonos al mundo de la edición, donde me muevo como un pez en el agua (en el agua de una pecera). Hace unos años, la editora de las colecciones de literatura infantil y juvenil del grupo que publicaba mis libros, me propuso que escribiera algo para los niños. Me senté al ordenador y al cabo de un tiempo acabé de pergeñar El mundo de Candela, el primero de mis libros dedicado al público infantil. La editora de quien les hablo se llama Teresa, y no olvidemos que edita libros juveniles e infantiles. Y claro, su apellido es Petit. Así es, señoras y señores, mi amiga editora de libros para niños se llama Teresa Petit. ¿Hay o no hay apellidos que actúan como un fatum?