Antoni Castlà Benaiges, zombi a tiempo parcial

Vidas ejemplares

Aunque bautizado Antoni de Paula Castlà i Benaiges, nuestro héroe era conocido por sus amigos como Toño, el Pajarito. No es necesario contar que nació en una buena familia catalana, ni que la curiosidad y las amistades lo llevaron por la senda de la disolución. El alma quiere fundirse en la nada, dijo una vez, en la playa de Portlligat, casi citando a Plotino sin saberlo y con el culo encima de los cantos. Luego introdujo la fina aguja plateada y los caballos se agolparon en su corazón.

Años de deambular, de intentos de rehabilitación y de buenos propósitos, de recaídas, de terapeutas públicos y de viajes lunares hicieron de Toño un tipo entrañable, sonriente sin dientes, ingenuo como un gorrión.

Usted, lector perspicaz, se estará preguntando a qué viene el panegírico de Toño en esta sección, que es la suya. Aquí va mi explicación:

Cuando Antoni de Paula estaba desahuciado por la medicina y los servicios sociales se cruzó una tarde con el Circo del Terror, compañía ambulante que presentaba un espectáculo de vampiros, zombis, trasgos, brujas pirujas, hombres elefante y mujeres víbora, muñecos asesinos, monstruos de Frankenstein y todo el elenco de seres horribles creados por el séptimo arte para entretenimiento del pueblo y educación de niñas y niños. La compañía la dirigía don Melquíades Torrico, nacido en Zapotlán y antiguo promotor de eventos en Cuauhtémoc, Miguel Ahumada y Flores Magón. Y la Provincia de Chihuahua en general.

Toño estaba sentado en un bordillo, abatido y cansado en la villa de Manresa, cuando Melquíades pasó ante él y le descubrió con su ojo de emprendedor. Le ofreció sopa de cebolla y pan, y un camastro, a cambio de interpretar a un zombi jorobado cada tarde, como reclamo de su circo. Le prometió un contrato. Solo debía pasearse con disfraz (túnica negra con capucha) y máscara horrenda por delante de las escuelas, repartiendo boletos con un descuento de 2 pesetas en la entrada al espectáculo del Circo de Terror. Toño aceptó con su sonrisa bobalicona y se subió al autobús de los artistas.

La caravana recaló en Vic, Manlleu, Besalú y Olot. En esas poblaciones Toño cumplió con esmero su encargo y Melquíades le puso el plato en la mesa cada día.

– Y la paga… ¿cuándo llegará?

– La paga llegará a fin de mes, buey.

– No me llame buey, soy un pajarito.

Cuando la compañía se detuvo en Sant Ferriol d’Entremón, Melquíades le encomendó a Toño que acudiese como zombi jorobado ante el colegio de las clarisas a la una y media en punto, cuando las alumnas salen del colegio para el almuerzo. Y así lo hizo el bueno de nuestro héroe, sin saber el incidente que Dolors Joan i Capçal, alumna de segundo de Primaria, había vivido a media mañana. La niña, de talante hirsuto y guasón, había insultado a la maestra y ella la había castigado con orejas de burro en un rincón del aula, bajo la imagen de Santa Clara de Asís, santa muy amorosa. Al pobre Toño no se le ocurrió nada mejor que darle un cupón de descuento a Dolors, momento que la niña aprovechó para perforarle ambas córneas con su lápiz Staedtler Triplus. Dicen que la prepúber fue certera y precisa como una atleta precoz.

El sargento Alegre, de la Benemérita, interrogó a la discípula. Ella le contó que el zombi se parecía mucho a Mossèn Oriol Vies, y que le agredió en respuesta a los tocamientos y vejaciones que le infringía semanalmente el ministro del Señor. Alegre conocía al cura y cayó en la cuenta de que podía ser confundido con un zombi. Toño fue enterrado en la fosa común de San Ferriol. Nadie acudió al sepelio ya que, en la fecha, la compañía del Terror actuaba en Vidreras. Dolors publicó, en edad provecta, un poemario místico y críptico, finalista del Premio de Poesía “Parròquia de Sant Privat”: T’arrancaré tos ulls, garrí gros. (Editorial Paracels, 1989).