Conocida es mi militancia contra el romanticismo y, con esta lucha como compañera, soporto mis contradicciones y, con placer, escucho con deleite la música de Schubert.
Mi prevención ante el Romanticismo es general. Muchas quimeras nos han decepcionado. El ideal romántico de la redención del hombre por el camino del amor y la belleza ha fracasado, tal como han fracasado casi todos los ideales humanos.
A pesar del fracaso de los ideales a lo largo de la historia, continuamos a la sombra de los mismos, sufriendo por amor y deleitándonos con las melodías edulcoradas de un Mascagni, y con estas sombras creemos en la razón, como si fuera un ideal más, para hacernos humanos, más humanos y practicamos la fuga apresurada del romanticismo.
¿Traerá algún provecho la actitud antirromántica? No lo sabemos, esta es la cuestión. Pero lo que sí sabemos es que la razón ha proporcionado bienestar, ha servido a la higiene pública, a la mejora de las comunicaciones y de la calefacción; hay más pollos y más jamón que antes. En la razón se fundamenta la técnica, en el razonamiento; y gracias a la técnica ha mejorado la calidad de vida, la cesárea, los antibióticos y la conservación de los alimentos.
Pero aquellas sombras románticas continúan mareando las consciencias y, desde las penumbras lánguidas y bajo los malditos claros de luna, los medios de comunicación y los planes de educación fomentan una sensiblería mezquina donde se da demasiado valor al peso de las emociones. Es un romanticismo cicatero que debilita el discernimiento.
Por otra parte, de forma estentórea, en tanto que hipócrita, se quiere dar carta de rigor a las actitudes subjetivas y a veces sensibleras, y se utilizan estímulos emocionales para dar verosimilitud a actuaciones políticas, económicas y sociales que casi siempre sólo sirven a los intereses de los más poderosos.
Los medios de comunicación son capaces de envasar los sentimientos románticos y las sensiblerías más adocenadas y ponerlos en el mercado para sacar dinero y dolor. Sin ningún miramiento se fomentan pasiones y se montan espectáculos abominables.
Ante las agresiones constantes de irracionalidad sólo nos cabe adoptar una actitud de incredulidad, el escepticismo, y esto, visto el espectáculo, es productivo.