Con las licencias poéticas no puedo; ahora bien, con la ambigüedad es diferente. ¿Ambigüedad o vaguedad? Prefiero la ambigüedad porque da más juego, ofrece mayor carga significativa. Y no estoy hablando de las palabras polisémicas, que arrastran su ambigüedad por defecto. Me refiero a las genuinas frases ambiguas, bien nutridas de sarcasmos. «Aquí se venden hábitos para difuntos completos». Ahí es nada. Resérveme dos. Las frases ambiguas son, como poco, divertidas. Veamos un ejemplo, leído por ahí:
«Se ruega deje el lavabo tan limpio como le hubiera gustado encontrarlo al entrar».
En puridad, y dado que soy una persona extremadamente limpia y disciplinada, debería haber pedido un estropajo y una botella de lejía para poder limpiarlo a mi gusto.
A veces leo cosas. En el quinto volumen de SIGMA, el mundo de las matemáticas (1968), se incluye un texto de Robert Graves y Alan Hodge[1] con las supuestas actas de un concejo municipal de vete a saber dónde:
El concejal Trafford se opone al aviso propuesto para la entrada del Parque Sur: «Prohibido introducir perros en este parque si no van cogidos por la correa». El concejal observó que esta ordenanza no prohíbe al propietario soltar su perrito de la correa una vez entrados en el parque.
EL PRESIDENTE (coronel Vine): ¿Qué otra solución propondría usted, señor concejal?
CONCEJAL TRAFFORD: «Prohibidos en este parque los perros sin correa».
CONCEJAL HOGG: Me opongo, señor Presidente. La objeción debe dirigirse a los propietarios de los perros, no a los perros.
CONCEJAL TRAFFORD: Una bonita objeción. Muy bien: «Prohibida en este parque la presencia de propietarios de perros si no los llevan de la correa».
CONCEJAL HOGG: Me opongo, señor Presidente. Hablando propiamente, eso me prohibiría, en mi calidad de propietario de perro, dejar a mi perro en el patio de casa y pasear por el parque con mi mujer.
Etcétera. Pruebe el lector a redactar el aviso, sin que se preste a ambigüedad.
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
– Si desea dar una impresión polifacética de sí mismo, cultive la ambigüedad: aflaute la voz, amanere sus gestos y frecuente clubes de hombres nocturnos. Si es usted una señora, puede dejarse bigote y entrar en un circo.
– Si desea acabar con toda ambigüedad, no haga caso de las estadísticas. Por lo visto, sus resultados son, por necesidad, ambiguos: «cada cuarenta y cinco segundos un hombre recibe un golpe en la cabeza». Tal cual. ¡Pobrecillo!
– ¡Ah! Y la solución al problema de más arriba no es «Hay que traer a todos los perros atados a este parque». ¡Menuda faena!
[1] «The reader over your soulder», por Robert Graves y Alan Hodge. (En Sigma, el mundo de las matemáticas, vol. 5, p. 279).