Las bibliotecas han tenido un papel fundamental desde los tiempos de Alejandro hasta nuestra era digital y son las depositarias del conocimiento generado a través de los siglos. Hoy existe cierto temor de que la tecnología digital acabe con las bibliotecas y los archivos, que han custodiado durante tanto tiempo el conocimiento de la humanidad.
Quizás por eso, de un tiempo a esta parte, ha aumentado el interés por las bibliotecas y la historia de los libros y se han publicado obras como El infinito en un junco. La invención de los libros en el mundo antiguo, de Irene Vallejo (2019); Bibliotecas imaginarias, de Mario Satz (2021); Quemar libros. Una historia de la destrucción deliberada del conocimiento, de Richard Ovenden (2021); Bibliotecarias a caballo, de Concha Pasamar (2022).
En El infinito en un junco —ensayo sobre los libros en la Antigüedad griega y romana, con derivaciones hacia tiempos posteriores y actuales—, Irene Vallejo recorre la historia de los libros en diferentes formatos (libros de humo, piedra, arcilla, juncos, seda, piel, de árboles…) que han llenado las bibliotecas a lo largo de los siglos y que han tenido como protagonistas a narradores orales, escribas, iluminadores, traductores, vendedores ambulantes, maestras, sabios, espías, rebeldes, monjas, esclavos, aventureras…
Aunque no queda constancia, Irene Vallejo se atreve a imaginar que en la mente de Alejandro nació la idea de una biblioteca universal, la Biblioteca de Alejandría, que abarcó libros sobre todos los temas; era una biblioteca variada y completísima y se aproximó al ideal mestizo del imperio que soñó Alejandro, con las obras más importantes de otras lenguas, traducidas al griego: «La biblioteca hizo realidad —dice Irene Vallejo— la mejor parte del sueño de Alejandro: la universalidad, el afán de conocimiento, el inusual deseo de fusión. En los anaqueles de Alejandría fueron abolidas las fronteras, y allí convivieron, por fin en calma, las palabras de los griegos, los judíos, los egipcios, los iranios y los indios. Ese territorio mental fue tal vez el único espacio hospitalario para todos ellos».
Jorge Luis Borges también soñó en abrazar la universalidad, la totalidad de los libros en su universo literario; bibliotecario de profesión, el escritor profesó un amor profundo a los libros y a las bibliotecas, como mostró en los cuentos La biblioteca de Babel, El libro de arena o en sus versos:
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca (El hacedor)
En La biblioteca de Babel, Borges equipara el universo a una infinita biblioteca, compuesta de un número indefinido de galerías hexagonales, comunicadas con escaleras en espiral, con pozos de ventilación en el centro. Cada galería hexagonal contiene cuatro pasillos con cinco anaqueles que contienen treinta y dos libros cada uno, con cuatrocientas diez páginas de cuarenta líneas cada una. Los símbolos ortográficos que se utilizan son veinticinco: veintidós letras, el punto, la coma y el espacio. La combinación infinita de estos símbolos se extiende en los libros infinitos de la biblioteca, libros escritos en todas las lenguas.
Tal como el narrador la describe, es una biblioteca interminable, que existe eternamente y que debe ser obra de algún dios: «La biblioteca es ilimitada y periódica. Si un eterno viajero la atravesara en cualquier dirección, comprobaría al cabo de los siglos que los mismos volúmenes se repiten en el mismo desorden (que, repetido, sería un orden: el Orden)», dice Borges.
La biblioteca de Babel presenta un dilema filosófico-narrativo en el que el universo está ordenado según un azar que termina transformándose en una organización absoluta; el relato es una indagación en la idea pitagórica de que hay una matemática que lo rige todo.
En cierto modo, Borges, en ese cuento, presagió el futuro, hoy dominado por internet como red textual de hipervínculos y algoritmos infinitos. Como dice Irene Vallejo en su ensayo, a los lectores de hoy «La biblioteca de Babel nos fascina como alegoría profética del mundo virtual, de la desmesura de internet, de esa gigantesca red de informaciones y textos, filtrada por los algoritmos de los buscadores, donde los sujetos se extravían como fantasmas en un laberinto».