Hay que tener alcances, una mínima capacidad para alcanzar a entender, y a resolver, los entuertos en los que, seguro, seguro, seguro, nos veremos enrededados. Y si el horror nos da alcance, y de su larga sombra no podemos sustraernos, ni solos ni con la fraternal ayuda de compañías solventes, viendo que de él huir es imposible, algunos nos dejamos atrapar, nos quedamos quietos, como las zarigüeyas, pero solo durante el breve choque con las aguas furiosas. Después del alcance suponemos cómo reaccionaremos, nosotros y los demás, pero nada es seguro: más que eslabones vinculados, parecemos muelles, resortes inescrutables. Confiamos en que nos brote la fuerza colectiva para el bien, y que perdure, y que bien se conduzca. Confiamos. Ojalá, ojalá, ojalá que el dolor se alivie, que la reparación tenga hondo alcance y que la vida se encauce. Seguiré contando.
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