
Hace siglos que todo ocurre en lunes, alguien borró los otros días al constatar que todos eran copias idénticas de sí mismos. Era demasiado obvio que martes y miércoles no eran más que copias frustradas de tardes de domingo disfrazadas de sábado noche.
También y por el mismo motivo borraron todas las horas, solo dejaron las seis, hora del Ángelus. A esa hora siempre se oye la misma oración: el Ave María resuena en todo el condado mientras las campanas de las iglesias tintinean sin cesar.
Así que el tiempo se ha vuelto más estrecho y las horas más cortas. En cuanto te das cuenta ya vuelven a ser las seis: ¡hay que estar al loro!
Tal vez por eso, un lunes a las seis de la mañana lo viste claro: la vida no es más que una constante repetición. Ya en la escuela repetías la tabla de multiplicar como un loro, y llenabas una y otra vez de borrones la hoja de pauta mientras tu letra huía por los márgenes.
Suerte, que a estas alturas ya sabes que en los márgenes se divisan tesoros y que los tachones encierran las verdades más preciadas, las que nadie conoce.
Te inquieta que todos los instantes sean iguales, y que la eternidad pueda caber en un instante. Pasado, presente y futuro ya son tan irreales como aquellos días de vino y rosas que se fueron para no volver.
Y mientras amanece, oyes por enésima vez el graznido del loro de la vecina: borrón, borróoooon, porque cada día no es más que un nuevo borrón en tu vida, tan antiguo como el primero.
Imagen Takashima.shion