Regocijarme hasta el brinco infantil ante el brillo de espumillones navideños y regodearme con la cata lenta, lenta, lenta de polvorones de almendra embozados en papel de seda, son dos de mis super poderes, dos de mis debilidades.
Quizás he llegado ya a la edad en la que he de poner coto a estos mis desmanes, a mis ramalazos infantiloides, a la ebriedad navideña a la que soy proclive y que tanto contrasta con el hartazgo generalizado. Me da reparo sentir mis propios latidos ya sincronizados con los míticos villancicos de Charlie Brown y Snoopy, con la música del Vince Guaraldi Trio. Soy presa fácil. Me rindo, babeante, a la atmósfera del pre-turrón, de los pre-papeles de regalo con estampados infantilizados, de los pre-belenes con ovejas de cara escéptica (tengo tres de estas: ¡qué cejas tienen!), del pre-olor a naranjas decoradas con clavos de olor, del pre-billete de autobús para recrear el momento vuelveacasavuelveElAlmendrototal en la casa/nave nodriza de la que salí hace casi cuarenta años…
¡Luz de gas!, me receto luz de gas. (Nota: buscad «luz de gas» en la wikipedia: ¡qué historia, señor, qué historia!)
Esta navidad me propongo hacerme auto-“luz de gas”, no sé si por mi propio bien, mas intuyo que por un bien común y solidario. ¿Me lo agradecerán los damnificados por estas fechas: los que no tienen la capacidad de alcanzar niveles de felicidad atocinante con la mera visión de una bombilla intermitente en la lejanía.? No lo creo, pero voy a intentar ponerme en su piel, a ver si eso me hace más humana… Por probar…
Así, cuando este año vea coloridos chisporroteos de leds adornando balcones (con vistas a la contaminación) o árboles sintéticos engalanados con esferas de plástico y brillantina (en las glorietas atestadas de consumidores con prole), me manipularé a mí misma hasta convencerme de que esas apariciones no son reales, no las he visto, no me dicen nada, las he olvidado ya.
Pero lo sé, sé que su relumbrón me llenará, como siempre, de una pasión analfabeta y arrolladora. Me va a costar un triunfo hacerme luz de gas a mí misma. Me conozco: tiendo a reaccionar ante estos estímulos engendrando en mi fondo de ojo, en mi fondo de corazón, en el dobladillo con migas que vengo siendo yo, esperanzas de alegría pura y punzante.
“No estás en lo cierto,”- me tendré que decir-” La profusión de estrellas electrizantes es reclamo, es engañifa, y lo sabes. Piensa en la prosaica ingeniería de los abetos de plástico, en los cables pelados, en las fábricas chinas de ensamblaje de renos navideños…”
Esta es mi declaración de principios para este mes de diciembre. Deseadme fuerza, ánimo y constancia. Recordadme en vuestras, no oraciones, sino imprecaciones contra las fiestas de marras. Cada vez que maldigáis una reunión familiar, cada vez que aborrezcáis una horrenda decoración callejera con papás noeles obesos, cada vez que reneguéis del dispendio innecesario en agasajos costumbristas, acordaos de mí, que estaré luchando a brazo partido por no emocionarme con la levadura sensacional que para mi supone ver una palmera luminosa en un portal viviente, un servilletero con forma de anguila de mazapán de Toledo, un mantel de navidad con copos de nieve con relieve o un rey mago de chocolate escasamente antropomorfo, pero envuelto en papel de plata rojo ¡aleluya!
Seguiré informando sobre mis progresos, pero no soy optimista. Seguro que acabaré pidiendo en mi carta a Melchor más luces brillantes, y que nadie, ni yo misma, me saque nunca del engaño, pues mi estúpida atracción por el encanto es cuanto tengo, aunque me parezca sano esforzarme por negarlo, por negármelo, una, dos y, hasta, las tres consabidas veces. Brillará la luz, relucirá lo navideño, lo que encandila. Soy polilla de solsticio de invierno, polilla de navidad. Si no muero cegada por tanto bling, bling como nos espera, seguiré informando.