Llegado el día, llegada la hora, sello las branquias, descorcho mis labios estancos y estreno dos pulmones con una bocanada inaugural, sonora, urticante. Día 1.
A las plantas de los pies ya les había dado uso, como aletas, en mi recién abandonada vida acuática, así como a mis antebrazos, acabados en esos útiles timones: las manos. Con ellas me tapo ahora las orejas. Zumban mis oídos. Todo sonido es diáfano, punzante y lineal. Se percibe claramente de dónde proviene cada chasquido. Oír es casi ver, aquí, en la orilla, y la nitidez…
La nitidez visual es magia deliciosa. Con mis ojos desnudos, sin membranas, observo los contornos tan bien definidos, tan sable, tan jade redondeado, tan esquirla, de todas las cosas que, fascinada, casi dejo de percibir que mis cinco litros de sangre no están acostumbrados a la verticalidad, constante, de mi cuerpo. Fuera del agua soy un enorme vaso incomunicado, lleno de líquidos que fluyen mansos: un poco a contracorriente de la fuerza de la gravedad.
La piel, desamparada la siento. El tacto de lo seco me erosiona todo el cuerpo. El aire agrede y no me acoge. Asirme, mecerme en él no puedo. Se acabó el abrazo íntimo e integral de las corrientes. Descubro la heroica estructura de los tobillos y el cansancio que se esposa a las caderas. El peso es abrumador. Día 1.
Alguien me hablará de vientos magníficos, huracanados, capaces de levantarme entera con un soplo; de vientos en los que podría apoyarme, abandonarme sin riesgo de morder el polvo. No he conocido aún esas ráfagas, sólo pequeñas turbulencias que me invaden las fosas nasales. Así, sin yo quererlo, sin yo mirar, sin yo tocar, sin yo tomar para morder, el olor de mi carne se hace presente y se une al de las hojas que se acumulan en esa hondonada, al de los animales muertos en esa sima, al de los arbustos y las piedras al sol. Tu aroma, prometido, aún no lo conozco. Día 1.
Más días vendrán, y quién sabe qué otros sentidos rutilantes se me han de descubrir en tierra, y cuántos recuerdos de agua perderé. Que vengan, que tengo nuevo aliento. ¡Branquias fuera!