Tres golpes

Escalofríos

Tres golpes muy fuertes en la puerta me despertaron. Con la incertidumbre de si lo habría oído en el interior del sueño e, incluso, sin tener conciencia total de estar realmente despierto, agucé mis sentidos para tratar de averiguar el origen de los ruidos. Pero nada.

Estuve un rato conteniendo la respiración y no volvió a sonar nada. Aunque la inquietud aún me hacía temblar, decidí que había sido el producto de un mal sueño, más para tratar de tranquilizarme que por convicción de que así había sido.

Esto ocurrió hace veinte días y en aquel momento, pude olvidar el suceso al poco rato con la verborrea noticiera de la radio, la furibunda dinámica metropolitana cuando me fui a trabajar y la siempre alterada relación con mis jefes en mi aburrido puesto de oficina.

Ni siquiera al acostarme esa noche, ya con la silente quietud del descanso general, dediqué ni una sola pizca de mi atención a aquellos golpes que tanto me habían asustado por la mañana.

Y no lo habría recordado de nuevo si, transcurrida una semana del suceso, otros tres fuertes golpes en la puerta no hubieran vuelto a despertarme casi a la misma hora.

Aún puedo paladear el profundo y amargo sabor de boca que pareció ir asociado al impacto que me produjo volver a escuchar esos sonidos. Tanto que me hicieron saltar de la cama como si tuviera un resorte y, entre decidido y asustado, me lancé a buscar el origen de los golpes. Corrí a la puerta y la abrí furioso, sin pensar. Pero nada ni nadie había en la escalera, donde se respiraba una calma absoluta, quizá demasiado grande para esas horas de la mañana a las que el vecindario comienza a despertar para iniciar su jornada diaria.

Cerré y me dirigí a la ventana del salón desde donde observé que la calle aún estaba desperezándose del siempre silencioso letargo nocturno del barrio en el que vivo. Pegué la oreja a las paredes en busca de algún sonido que pudiera haber sido el origen o me diera alguna pista de los ruidos que me despertaron. Miré en todas las habitaciones por si algo había caído por accidente provocando el estruendo… Nada encontré y, si la semana anterior pude olvidar el suceso con gran facilidad, en esta ocasión mantuve ese mal sabor de boca con el que me desperté durante todo el día, con una desagradable inquietud que me alteraba de forma muy molesta, como si no me sintiera bien físicamente.

Sólo al salir de la oficina y apuntarme con unos compañeros a tomar unas copas en un bar cercano, pareció retirarse de mi espíritu esa incómoda sensación de que algo no andaba bien en mi interior. La bebida y la charla animada de mis colegas supusieron un alivio y, tras pasar un rato agradable en el que no faltaron las habituales críticas a los jefes, regresé a mi casa. Iba achispado y no tuve problema para conciliar el sueño.

Al día siguiente, desperté de manera habitual, sin sobresalto alguno, aunque con la cabeza algo embotada por la resaca, pues nunca he tenido costumbre de beber tanto como había hecho la tarde anterior. Con una ducha, un buen desayuno, un calmante y bastante esfuerzo regresé a mis quehaceres cotidianos. Que se repitieron rutinarios de manera normal durante los tres días siguientes, hasta que al quinto desde que me despertaran los golpes por segunda vez, volvió a ocurrir.

Y tres días después, también. Y anteayer.

El tiempo transcurrido entre unos golpes y los siguientes se va acortando y, en mi obsesión por descubrir su origen, ya he hecho un cálculo y tengo que suponer que mañana también me despertarán tres golpes fuertes en la puerta.

Pero esta vez no me pillarán dormido. Voy a mantenerme despierto aquí sentado, en el recibidor de mi casa, para estar al tanto de cualquier cosa que pueda ser la causante de esos ruidos que estoy sufriendo como una maldición. La noche resulta aburrida, pero no quiero hacer nada que pueda distraerme o llevarme al sueño. No es nada fácil permanecer en vela y con los sentidos despiertos, pero por lo ocurrido en ocasiones anteriores, no debe de faltar mucho tiempo para que se oigan los golpes…

¡Pam!

¡El primero! Pero… no suena en la puerta…

¡Pam!

¡El segundo! ¡Parecen sonar dentro de mí! Duele…

¡Pam!

¡Mi corazó…