No me conoce nadie en el metropolitano, a pesar de que he escrito más de cien obras, entre libros de texto, novelas, poemarios y ensayos; viajo en líneas de colores bajo tierra y no me reconoce nadie.
La gente no lee libros de papel en el metro como antaño, ahora la gente mira, teclea o desliza el dedo en el smartphone; a veces pienso que parecemos zombis mirando pantallas. Yo, en las líneas verde, amarilla y azul en las que viajo a menudo, leo libros impresos y también tomo notas en el smartphone de cosas que leo, veo y escucho. Actualmente me dedico a la narrativa de intriga en tecnologías de la vigilancia y estoy siempre al acecho de datos, algoritmos e información.
Un día, en uno de los viajes en la línea verde del metro de Barcelona, al mediodía, me ocurrió un percance inusual: entre la muchedumbre desconocida, una chica dijo que me conocía. Yo pensé que la chica había leído alguno de mis libros, o que había asistido a alguna presentación de mi obra en la Casa del Libro u otras librerías de barrio, como Etcètera y Nollegiu del Poblenou, o La inexplicable, de Sants; o que había ido a algún curso que he dado últimamente sobre narrativa en la era de la digitalización, o que me conocía por las imágenes o los vídeos en los que aparezco en Internet.
En aquel momento, a decir verdad, quedé un poco sorprendido, y todavía estoy extrañado de lo torpe que fui. El suceso ocurrió en unos pocos segundos: en el trayecto entre las paradas Liceu y Catalunya, cerré mi novela recién autoeditada que estaba hojeando (buscaba alguna errata), deslicé la pantalla del smartphone para leer una noticia de última hora muy importante para mí y en ese momento la chica se puso delante de mí y me dijo: ¡hola!; yo, intrigado, miré su cara, me dijo que me conoció en un Club de lectura de la biblioteca del barrio; muy sorprendido no atinaba a reconocer a aquella chica; lo que decía me parecía posible, he estado en varias bibliotecas urbanas presentando mis obras; ella concretó que aquel día yo iba con pantalón negro y camisa blanca y que me saludó; eso también me pareció posible. Entonces, con una sonrisa y alejándose de mí, me dijo: «¡adiós, hasta la próxima!», y se apeó con otras dos chicas en la parada Catalunya. Cuando me di cuenta, mi mochila estaba abierta, había desaparecido mi cartera y el tren ya estaba en marcha. Aquella muchacha era una malhechora que vio que estaba leyendo un libro en el metro y quiso embaucarme con el cuento chino de los libros mientras sus dos compinchas me robaban por la espalda. Bajé en la parada siguiente y denuncié el robo en una comisaría de los Mossos d’Esquadra.
Aquel día, en la línea verde entre Liceu y Catalunya, conocí a una ladrona con dotes de impostora, pero para mí, lo más asombroso del robo fue que, además de la cartera, sus compinchas también se llevaron mi última novela de intriga sobre tecnologías de la vigilancia, Espías y ladrones en mi smartphone o el enigma del software Pegasus, autopublicada en libro de tapa blanda y eBook de manera gratuita a través de Kindle de Amazon, para que me puedan conocer y leer millones de personas de todo el mundo.