Tic-tac

Escalofríos

Me acusaba de ser muy frío. Incluso llegó a compararme con un bicho raro, con alguien que no es capaz de dar calor a ninguna relación y que se comporta de manera poco empática con los demás.

Quien llegó a calificarme con tan gélido comportamiento convivió conmigo durante varios meses en el cuarto de la residencia universitaria. Ya se sabe que todos tenemos manías, que pueden acrecentarse por la cercanía a ojos de quien te acompañe en la convivencia, algo que puede acabar desencadenando roces, recelos e, incluso, enemistades y envidias. También a mí me resultó difícil asumir la poca diligencia de mi compañero con el orden, tan necesario para la concordia, o con los estudios o su manera de entender el ocio. Él siempre tuvo un comportamiento muy desmañado y nunca fue capaz de concentrarse, como yo hice siempre en todo cuanto tuvimos (y tenemos) la obligación de hacer en un lugar como este.

En una ocasión en la que estábamos discutiendo, me replicó que parecía que llevara un reloj dentro marcándome el pulso, que me comportaba como un metrónomo inflexible y que no dejaba nada a la improvisación o al azar.

No entiendo bien sus críticas llenas de enfado, pero lo que sí sé es algo que me ha estado rondando toda la vida: siempre he tenido la sensación de haber sido apartado de los demás y de no haberme sentido plenamente conectado con mis semejantes.

Tic-Tac.

¿Semejantes? Desde que era niño, he sentido que casi todos los que me han acompañado se han comportado de manera indecisa y poco resolutiva. En bastantes ocasiones esto me ha confundido, porque no lograba comprender esos aleatorios comportamientos de la gente, tan comunes, exponiéndose tantas y tantas veces al error y al presumible fracaso y desconsuelo. Me costaba entender cómo no se aplicaban lo suficiente para aprender y lograr los mecanismos intelectuales necesarios a fin de no caer en las muchas desventuras y zancadillas que la vida te pone por delante.

Llevo toda mi vida estudiando para no fallar en lo que me he propuesto: lograr ser una persona importante, alguien esencial para la ordenación y la buena gestión de alguno de los aspectos de esta sociedad tan compleja en la que vivimos.

Tic-Tac.

Todos los controles y exámenes que voy pasando muestran que voy por buen camino. Me siento animado y fuerte, tanto física como mentalmente, y no quiero perder nada de tiempo con las muchas sandeces e incomprensiones con las que tantas veces me he encontrado… y sigo encontrándome. No voy a preocuparme ni dedicar ni un minuto más a los comentarios de mi excompañero de habitación. Es más, creo que puedo asumir y reconvertir sus palabras ariscas y sin argumentos de tal manera que sirvan para mejorar mi propio comportamiento y personalidad.

No tengo ninguna duda de que todos esos con los que me he cruzado y que no se han esforzado lo suficiente con su trabajo no llegarán a nada relevante y se convertirán en ciudadanos dependientes de aquellos que, como yo, nos sentimos con deseos y fuerzas para ser líderes, para convertirnos en aquellos que harán de esta sociedad un lugar mejor, más sano, igualitario y justo para vivir.

Tic-Tac.

Me queda muy poco para acabar el curso y mi tutor, un tipo realmente inteligente, me ha asegurado que el año próximo, tras las vacaciones, estaré capacitado prácticamente al cien por cien para todos esos buenos propósitos que dirigen mi vida.

Mi vida… Me vienen recuerdos de todos los años en los que he ido formándome desde que nací y reconozco la manera en que esos períodos vacacionales han marcado determinantemente mi vida y cómo han sido siempre una especie de transición entre un momento bueno y brillante y otro posterior más evolucionado y mejor.

Siempre, cada año, al llegar de ese retiro de descanso he sentido mi cuerpo más fuerte, más crecido, más estilizado y bello, y mi cabeza, mi mente, más dispuesta a seguir aprendiendo todo lo que me suponga una evolución intelectual y personal.

Tic-Tac.

Hay algo que, en cualquier caso, me provoca cierta desazón, precisamente en relación a ese mes de vacaciones que disfruto cada año. Siempre viajo a un lugar que recuerdo espectacular, luminoso, arquitectónicamente delirante, en el que existen unas instalaciones científicas que dejarían cualquier laboratorio universitario a la altura de un juego de niños. Pero eso es todo lo que consigo recordar.

Entre mi llegada a ese lugar y el momento en que, pasado un mes, me llevaría a otro lugar docente donde continuar con mi formación, no consigo acordarme de nada en absoluto. Y eso es algo extraño.

Mi tutor, ese señor tan inteligente, me ha dicho en alguna ocasión que lo que sucede en ese lugar es algo así como un reseteo, como un volver a cargar las pilas con una energía nueva y que nuestra mente necesita de ese tiempo de reposo que, en mi caso, es muy merecido por mis impresionantes avances. Según sus palabras, a veces, ese descanso es de tal envergadura que la mente borra todo rastro de lo que esa recuperación pueda tener de peso para poder volver limpios y con la cabeza dispuesta a adquirir otros muchos nuevos conocimientos.

Tic-Tac.

Pero sus explicaciones no me dejan tranquilo. A pesar de que cada año me siento más preparado para lograr los objetivos proyectados para mi carrera, no dejo de pensar en cuáles pueden ser las actividades que he realizado durante las vacaciones, en cómo ha sido esa manera en la que he reseteado mi mente y mi cuerpo para volver pletórico y con fuerzas renovadas para, al final, afrontar los siguientes retos con garantías de éxito.

Me he dirigido a mi tutor, de quien nunca deja de admirarme su inteligencia, para insistir en que me cuente algo más de ese período de descanso. Y es, justamente cuando abordo esta cuestión, cuando noto que mi tutor tiene algo así como… una duda, si es que puedo definir así esa especie de titilación que aprecio en su gesto, siempre tan adusto y seguro… Y simpático, que no puedo dejar de señalar ese rasgo de su carácter que tanto ánimo y aplomo me infunde para mis arduas y prolongadas tareas.

Tic-Tac.

Por mucho que trate de ocultármelo, noto en el rostro de mi tutor que no me está contando toda la verdad. O que, como poco, elude responder directamente a las preguntas que le hago sobre mis vacaciones, haciéndome pensar que no quiere hablarme de ese espacio de tiempo que no consigo recordar.

Le interrogo cada día con mayor insistencia sobre el tema y, como saben hacer muy bien los políticos, me responde hablándome de otras cosas, de mis retos futuros, de mis buenas perspectivas o, incluso, de asuntos sociales que no vienen a cuento. Nunca, nunca habla de mis vacaciones.

Sé que oculta algo. Algo que no quiere que yo sepa. Y así se lo hago saber en una y otra ocasión en las que me encuentro con él y, cada vez, demandando respuestas con mayor insistencia y puede que empezando a mostrar un cierto enfado. Frente a ello, mi tutor habla cada día con mayor vehemencia sobre cualquier tema que pudiera despistarme de lo que tanto me interesa: saber qué he hecho en ese tiempo que no puedo recordar.

Tic-Tac.

Faltan pocos días para que concluyan mis labores cotidianas y vaya de nuevo al lugar de descanso y reseteo, como le gusta definirlo a mi tutor. He decidido negarme a ir a donde sea que me llevan cada vacación si persiste en no contarme nada de lo que allí ocurre. Así se lo hago saber a mi tutor, tratando de mostrarme excitado, firme e, incluso, cabreado, algo que sé que no me sale muy convincente, pero aun así pongo aplomo en mis palabras y trato de expresar con mis gestos y con énfasis en las palabras una resolución absoluta sobre todo cuanto le expongo.

Curiosamente y en contra de lo que me imaginaba, la primera expresión de mi tutor ante mi ultimátum es una leve pero evidente sonrisa. Permanece unos instantes en silencio y mirándome fijamente, quizás para intimidarme… Yo no tengo intención de recular y sigo decidido a no ir de vacaciones si no me dicen lo que ocurre (lo que ME ocurre) durante ese tiempo.

Repentinamente, da un estridente golpe en la mesa con la palma de la mano abierta, sonríe, ahora sí, abiertamente y echa hacia atrás la silla para levantarse con gesto decidido.

Tic-Tac.

—¡Por fin! Ya estabas tardando —me dice, abriendo los brazos como para darme un abrazo.

Mi cara debe de ser un poema a la estupefacción, al desconcierto. No entiendo nada, no entiendo su inesperada respuesta gestual a mi, ahora poco sólida, amenaza de negarme a ir de vacaciones, ni tampoco entiendo lo que pueden significar sus palabras.

—Tranquilo, que ahora te cuento todo. Otros, en tu misma situación no tardaron tanto como tú en rebelarse contra la obligación y opacidad del período de descanso —me dice con una más que perceptible calma y seguridad. —También hay que decirlo, los hubo que fueron menos diligentes que tú en la formación y, por tanto, hicieron o más lento o más abrupto este proceso. En algunos ni siquiera se produjo… y fueron descartados.

Estoy boquiabierto ante sus palabras.

—Sé que no comprendes qué te quiero decir, pero cuando te cuente todo vas a entender perfectamente el papel que juega ese tiempo que llamamos vacaciones en tu larga y, por cierto, más que bien llevada, carrera de preparación. Tienes todo lo necesario para ser un gran líder, alguien necesario, casi imprescindible, para este mundo perverso y cambiante. Y, entonces, cuando hayas llegado a ese peldaño, entenderás cada uno de los pasos que hemos dado, todos indispensables, para llegar al buen fin de tu crecimiento personal, emocional e intelectual.

Tic-Tac.

Mi tutor me lo ha contado todo. Ahora estoy más tranquilo, no tengo dudas y sé perfectamente quién soy, cuál es mi papel y hacia dónde se dirige mi futuro como adalid de la sociedad.

Fui creado casi como un bebé y me llevaron a guarderías y escuelas infantiles, podríamos decir que normales, para que me relacionara, jugara y empatizara con otros niños. Después, fui formado en colegios, institutos y universidades, haciendo de mí un ser inteligente y capaz de lidiar con cualquiera de los retos que una sociedad próspera tiene que afrontar para el bienestar de sus ciudadanos.

A lo largo de todos esos años de formación y crecimiento personal, el mes de vacaciones ha servido para hacer de mi cuerpo, de mi caparazón físico un recipiente mejor y más adecuado a mi crecimiento intelectual.

Allí, en el gran laboratorio a donde me llevaban, mi cerebro era transferido a un cuerpo mayor, en apariencia un año mayor en cada vacación, para que mi crecimiento físico discurriera en paralelo a mi edad nominal, a los años que tengo desde que fui creado.

Ahora sé que en mis próximas vacaciones todas mis capacidades intelectuales, mi aprendizaje y mi memoria tomarán posesión de un nuevo cuerpo, de un nuevo envoltorio físico que, con 27 años, estará en perfecta disposición de presentarse a la sociedad en toda su magnificencia y plenitud.

Me han informado de que mi nuevo cuerpo será más fuerte y atractivo, que mis gestos serán capaces de mostrar lo que la sociedad quiere ver… de que ya estaré listo para abanderar el bienestar de los ciudadanos asumiendo cargos de responsabilidad y decisión para la mejora de sus vidas y el sostenimiento de nuestro sistema.