Fred Vargas es el seudónimo de Frédérique Audoin-Rouzeau (París, 1957), escritora de novelas policiacas, algunas protagonizadas por el comisario Adamsberg, un investigador intuitivo y de maneras suaves, capaz de oler el pescado a dos manzanas y resolver con perspicacia los asesinatos a los que se enfrenta. «No pegas ni golpe, Adamsberg —le recriminan sus colegas—. Estás ahí, vagando, soñando, mirando a la pared, haces dibujitos deprisa y corriendo sobre las rodillas, como si poseyeras ciencia infusa y tuvieras la vida ante ti, y luego, un día, te presentas, lánguido y amable, y dices: Hay que detener al cura, ha estrangulado al niño para que no hable».
Fred Vargas también es arqueóloga e historiadora, y ecologista en acción. Hace tiempo que afinó su olfato y anticipó lo que se nos venía encima, y no solo apoyó a Los Verdes en las elecciones europeas del 2009 y escribió a favor de Daniel Cohn-Bendit y del grupo Europe Écologie, sino que, años después, se enfrascó en la redacción de un manifiesto de casi trescientas páginas donde explica la alarmante situación medioambiental del mundo. La humanidad en peligro es el título de su ensayo, publicado por Siruela en 2019, un título elocuente que remite a la vieja película de ciencia ficción. O rehacemos el camino o no hay salida, como nos advirtió Klaatu en Ultimátum a la Tierra. Pero en el libro de Vargas no hay ficción y sí mucha ciencia, y ciencia de calidad.
Debemos advertir que su lectura, al margen de posicionamientos políticos e ideológicos, revuelve las tripas de cualquier lector cabal, por ejemplo, usted. En el libro se describen y razonan los aspectos más inquietantes de la degradación medioambiental. Fred Vargas acojona y achanta. Lean su manifiesto y tomen conciencia de que la humanidad, en peligro, se enfrenta a una Tercera Revolución, tras la neolítica y la industrial. Una revolución para la que nadie nos ha pedido permiso:
«Lo ha decidido la madre Naturaleza —escribe Vargas—, después de habernos dejado amablemente jugar con ella durante décadas. La madre Naturaleza, agotada, mancillada, exangüe, nos cierra los grifos: los del petróleo, los del gas, los del uranio, los del aire, los del agua… Hay mucho que hacer, más de lo que la humanidad haya hecho nunca. Hay que limpiar el cielo, lavar el agua, fregar la tierra, dejar de usar el coche, detener la energía nuclear, recoger a los osos polares, apagar antes de salir… Solo a este precio podremos bailar, de forma distinta sin duda, pero podremos seguir bailando».
Moraleja
Considerando lo anterior, trate de guiarse en lo sucesivo por las normas siguientes:
—No coja el avión, no participe en cruceros de gente ociosa, evite el coche particular; pedalee, camine y olvídese de esos lugares tan atractivos que le vende la publicidad. Limítese a imaginarlos. Véalos en documentales. Lea.
—Disminuya el consumo de carne y pescado, disfrute de los productos de proximidad, de la fruta del árbol que plantó en su jardín o de las fresas de su maceta. Economice y recicle el agua. No lave ni se lave demasiado. Por salud mental y obligación ética.
—Abandone la inmediatez que le ofrece la televisión, el teléfono móvil, la tableta, el ordenador. Haga más vida con los suyos, como un neandertal cualquiera. Y si necesita evasión, lea las novelas policiacas de Fred Vargas para luego comentarlas con sus congéneres alrededor del fuego. De viva voz. Nada de internet ni de wasap.
—Recuerde: Klaatu barada nikto. O sea: el camino de Klaatu se ha cerrado. ¡Despierte!