Diablesca

Escalofríos

 

—¡Por todos los demonios!—, exclamó el joven cuando miró directamente a los ojos de aquella poderosa figura que tenía frente a sí, al otro lado del cuarto, imponente, cubriendo gran parte de la pared. No acababa de discernir si estaba despierto o aún seguía durmiendo.

—¿Quién eres?

La presencia no decía nada. Se limitaba a observarle con una penetrante mirada de color amarillento. Su rostro, como su cuerpo, con una piel de textura áspera y un marcado color rojizo, mantenía una adusta expresión que no reflejaba nada definido. Al menos, nada que pudiera definirse como amable.

Abrió y cerró los ojos violentamente, con gran irritación nerviosa, intentando lograr que aquel extraño ser desapareciese en uno de esos movimientos, como si fuera una impresión pasajera en el fondo de su retina que se disiparía al despertar más su mirada. Pero esa impertérrita imagen continuaba inmóvil frente a su cama, ocupando su atención completa, su paisaje visual, sus nervios y su alma.

—¿De dónde has salido? —, insistió miedoso el hombrecito—. ¿Qué haces aquí? ¿Cómo has podido entrar en mi cuarto?

Era tal su desconcierto que el balbuciente joven comenzó a mover sus brazos haciendo aspavientos con sus manos, como intentando borrar el desasosiego que le producía la imponente figura que tenía delante. Lo que no provocó más que un incremento descorazonador de su inquietud, que se estaba transformando en una pequeña tortura, en un indefinido castigo, doloroso por no entendido.

Esa sorpresa inicial, ese susto que le despertó de entre los sueños, se había teñido con un miedo desconocido hasta entonces. Nada anterior en su experiencia podía compararse con lo que estaba sintiendo frente a aquella figura, muda pero penetrante.

Impávido y altivo, el ser seguía sin pronunciar una palabra, sin hacer ningún gesto que modificara la sensación de eternidad insoportable que, cada vez más, empezaba a sentir el joven, atosigado, asaeteado por aquella mirada macilenta y penetrante que solo sugería que nada bueno podía surgir de ella.

Haciendo un supremo esfuerzo, extrayendo el poco valor que la situación le permitía y ante la enquistada situación de horror que parecía no llevar más que a la locura, el joven arremetió contra la encarnada figura, con furia y con pavor al mismo tiempo. Solo quería escapar de lo que ya sentía como una pesadilla insoportable e interminable.

El golpe fue magnífico.

Cuando abrió los ojos, se dio cuenta de que se había lanzado contra el gran espejo de pared que tenía delante de la cama, que ahora aparecía quebrado en mil reflejos por efecto del topetazo.

Sintió un escalofrío cuando un rastro de sangre que se deslizaba por su rostro llegó hasta sus labios.