Oír voces

La rana dorada

 

No saber de uno mismo; eso es vivir. Saber mal de uno mismo, eso es pensar.

Fernando Pessoa

 

Hace ya bastantes años, una amiga muy atribulada me comentó que oía voces dentro de su cabeza; la pregunta inmediata, sin inmutarme demasiado, fue: ¿qué dicen esas voces? Por lo visto, o más bien lo oído, eran voces de extraterrestres que buscaban destruir a la Humanidad… Le comenté que tal cosa, tan peculiar proceso de escucha, no me parecía un problema, más bien se me antojaba un privilegio. Tener abierto un canal de comunicación directo relacionado con una necesidad tan evidente, de la cual, instancias más adecuadas sobre el papel, como son la Historia Universal, Jehová o nuestro amigo, el del lugar oscuro y a la vez candente simulaban haberse dejado ya de ocupar, me parecía entonces —que aun no había perdido mi inocencia — un auténtico puntazo.

Con el tiempo, que lo cura todo menos la estupidez, que es mayor conforme pasan las generaciones y los años, pido excusas a quienes creen que progresamos, esto de oír voces de excepción se ha convertido en regla. Stephen Hawking, el discapacitado más venerado y feo de la historia de la Ciencia, un auténtico monstruo —al menos en la superficie—, destacado portador de los principios de descomposición que, ocultos tras las matemática y la física contemporáneas, incensa el funesto Arimán en nuestro plano, estaba convencidísimo de que debíamos abandonar la Tierra cuanto antes, ya que los extraterrestres, cuando llegasen, nos iban a dejar culturalmente fritos; como nosotros los españoles dejamos a los taínos, que bastante tenían ya —hay que recalcarlo—, con los caribes.

¿Oía voces  Hawking? ¿No previó que Mercadona, que ha llegado este año a Reino Unido, era ya una avanzadilla de los Exteriores?

A pie de tierra y más allá de los espacios siderales, pero no muy lejos de los caníbales, que en España, haberlos haylos, Fernando Savater, seguramente afectado por los gritos tribales y el rugir de sierra mecánica de los neo-caribes de Alsasua, escuchó también voces y nos hizo partícipes de sus mensajes. A veces decimos cosas tan geniales que sólo pueden proceder, como los genios de las mil y una noches, de alguna botella mal descorchada sita en la Otra Parte. Ese lugar donde el hilo musical, durante 25 horas diarias, consiste en lecturas ralentizadas en esperanto del Necronomicón de Colin Wilson; Fernando mostró que un hombre inteligente y justo no puede serlo con la misma intensidad todo el tiempo, y oyó voces; solo alguien que las oye pudo decir algo como esto:

«Hoy quienes están gobernando el país son PSOE, pero PSOE de garrafón. Hay otros que todavía son marca embotellada. Espero que los de garrafón se diluyan y vengan los del PSOE constitucional, los de verdad.»

Esto de tomar copas, que antes de la Movida en Madrid sólo lo hacían Ava Gardner y sus toreros, fue traído a nosotros desde el báratro de los topos por ese héroe civilizador del PSOE “pata negra” (¿un astronauta del futuro?), llamado don Enrique Tierno Galván. A las nuevas generaciones hay que recordarles sus mitos fundadores. Las viejas, las que vivieron el esplendor del sueño, pacen en su mayoría (los que no están bajo tierra) alcoholizadas o sedadas en diversos paraísos cotidiano-terapéuticos socialdemócratas de las afueras. Con las copas llega la garrafa, es ley de vida.

Y continuando con monstruos y a la vez discapacitados, con todo el respeto que merecen estos “seres de luz”, hay un algo que fue bípedo, un tal Echenique que disfruta de acceso a no sé qué asamblea política electiva, otra razón y de peso para evitar acudir a votar, que escucha también mensajes del ultramundo. Esta criatura repelente, juicio personal y libre que no dudo en compartir contigo, sufrido lector, que seguramente sigues con interés sus devaneos mediáticos, ha descubierto que el triunfo de Donald Trump (¡bendito sea!) y su acogida positiva en España por seres maléficos, provoca directamente la eclosión de francotiradores franquistas que amenazan la vida del nuevo y flamante Presidente; este que para Savater evoca aromas letales de Beefeater cegador de facturación clandestina. Venga la perla salida de la boca bonita del “ser de luz” sobre ruedas, que representa arquetípicamente al partido convocado por el estado venezolano y nuestro CNI (Dios y el Diablo nos protejan de ambos): 

«Cuando en España algunos empiezan a usar el discurso de extrema derecha de Trump, empieza a aflorar el terrorismo de extrema derecha que conocen bien en EEUU. Toda la sociedad, desde los partidos a los medios, debemos hacer frente común contra el fascismo.»

Dejando atrás estos discos rayados que recogen sin duda el sonido inefable e inhumano de los espacios interestelares (y de los años 30), donde caminan serenos y primordiales los Grandes Antiguos pero también erran los humanos de facturación evolutiva fetén, los de garrafa ya están en camino, cerraremos las «auditions psicofónicas» con las inspiradas palabras del nuevo Napoleón de las urnas vecino; por el que curiosa e incomprensiblemente siente tierna afección Savater: monsieur Macron “el microcéfalo”.

Este señor con nombre de gladiador de peplum  ha saltado a la palestra proponiendo boutades, como restaurar el servicio militar obligatorio, crear un ejército europeo que pueda defendernos de USA, Rusia y China a la vez o proponer, con una cara dura máxima, que el “patriotismo constitucional” fue la clave de bóveda francesa en su participación durante la Gran Guerra. Lo que se reiría Kubrick con esto de que el patriotismo es exactamente lo contrario del nacionalismo. 

Aunque quizá debamos inquietarnos con esta bizarra contingencia mediáticamente mediada, no otra cosa es el flamante Presidente francés, porque Hitler también era un señor bajito y grotesco, financiado en gran medida por determinados consorcios internacionales, que generó lo que generó; similar en cierto modo a este patán con pretensiones admirado por luminarias intelectuales como Henry-Levi.  El IV Reich no será menos grotesco, ni menos dañino, que el anterior. Pronto mas acá de su pantallas.

Ciertamente, es mejor releer a Aristóteles que a Voltaire y olvidar, en cualquier caso, California.

 

Hemos canalizado la indignación ciudadana en una dirección de fraternidad y, desde fuera, nos miran muchas veces con esperanza.

Pablo Echenique