
Lugares de paso
donde se conserva la vida muerta
en las entrañas del celuloide.
El miedo a lo desconocido y el horror cósmico se hallan presentes en todos y cada uno de los relatos de esta antología1, donde lo que dicen los muertos se escucha tenuemente, pero sin paliativos. Por ella desfilan casas inhabitables desafortunadamente no deshabitadas y cultos paganos, agazapados entre los filamentos de un tiempo remoto, lo que no obsta, más bien todo lo contrario, para que sus ecos penetren en nuestro mundo desde el Viceverso: a través de prácticas incomprensibles, transversales y monstruosas. Algunas de ellas abren puertas desde la imagen en movimiento a espacios liminales de contextura subtartárea, como los calificaría Clark Ashton Smith (1893–1961) Un autor lejano en el tiempo, el espacio y el estilo, pero tiernamente afecto también a los misterios necrománticos de la sombra y a los ecos obsecuentes de la ciudad sin nombre.
En estas narraciones los protagonistas tienen como único escenario el esqueleto de la circunstancia, eso que hoy calificamos de vida cotidiana, donde ponen en juego una interioridad que se debate, para mejor expresarse, entre la magia empática, la metáfora y la brujería… a la manera de un intruso endosado, radicalmente inadvertido. Un paso más allá del inconsciente colectivo. Aquí la red eléctrica puede muy bien darse a conocer como una telaraña de espectros y/o un mar secreto.
Por debajo del sótano reverbera con demoníaca intensidad, en las sombras emanadas del parpadeo incesante de la proyección de viejas y polvorientas películas, una enredadera de sueños que se confunde con los más abominables secretos. Hay lugar para suplantaciones, fines del mundo, monstruos del “id” (“ello” freudiano) surgidos de la convocatoria de inconvenientes juegos literarios, luces fósiles que habitan en los intersticios de modernos edificios, vampiros grotescos atisbados desde el espanto de sus víctimas como enormes polillas, no por ello menos letales, y lugares débiles incisivamente porosos desde los que asoman seres oscuros que predican la “nueva normalidad” arrastrándose con sigilo entre la hiedra. Estoy hablando de vuestras pantallas… El cielo entretanto se satura con la presencia aterradora y escalofriante de un nutrido enjambre de estrellas muertas.
Mientras usted continúa golpeando su teclado, atento a sus auriculares, como si la tierra hubiera sido tragada por una grieta, “ellos” caminan serenos y primordiales por los recintos urbanos como lo hicieran antaño por sendas apartadas silenciosamente trazadas entre las frondas.
Pocas veces he percibido una oscuridad así, ni antes ni después, en el horizonte de mis lecturas. A pesar de la posmodernidad de sus referencias, de las inquietudes aviesas de sus protagonistas, sus escenarios truncados por la cotidianidad se asemejan, más allá de las apariencias, a los del barroco mundo imaginado de Zotique (publicado en castellano por la editorial Valdemar), un mundo sumido en la oscuridad, bañado por la luz de un sol débil y rojizo. Un horizonte de destrucción donde tú eres tu propio fantasma.
Aquí ante un milagro acaba toda la prisa.
El día muerto ha empezado a abrir los ojos
y el tiempo vuelve atrás.
Karl Kraus
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1Gemma Files: En ese infinito, nuestro final. La biblioteca de Carfax, Madrid 2024.
Traducción de Pilar Ramírez Tello.